«Si te quedas dormido, te van a buscar»

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ESCRITORA. PREMIO JULIO CAMBA.

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

17 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Dicen que una noche una mujer oyó un chirrido. Crepitar de alas o quejido. Ruido de huesos serruchados, un afán que era como tocar la cáscara de un insecto. Subía de debajo de la cama, como si una rata o un topo escarbara bajo el colchón. El marido la encontró hincada de rodillas, con los pelos revueltos y los ojos como tajos de cebolla. Iba de un lado a otro revisando las costuras y las etiquetas del colchón, la grieta entre la cama y el cabecero, las vetas de las sillas, la ropa y los juguetes de los niños, los pliegues de las cortinas, los cajones, los marcos de las puertas y ventanas, el vértice abismal en donde confluye la pared y el techo: «Si te quedas dormido, le dijo, te van a buscar y te sacan la sangre».

Entonces los vecinos empezaron a oír el mismo ruido. Levantaron los colchones. Sacaron la ropa de los armarios y vaciaron las habitaciones. Algunos abrieron a martillazos las paredes de los sótanos y vertieron asquerosos preparados caseros de vinagre y bicarbonato, cavaron en sus patios, vaciaron los aljibes. Pero el ruido no cesaba. De lo privado saltó a lo público. En los hospitales, en el metro o los autobuses, en el cine o los hoteles, en la casa presidencial también empezó a escucharse. Y se desató la locura. Ansiedad, insomnio, estrés. Dentera, ardor, reconcomio. La ciudad entera era un ir y venir buscando, removiendo, desplazando cosas, porque nadie quería quedarse dormido y que le sacaran la sangre.

La mujer fue la primera. Hizo las maletas, convenció a su marido y a sus dos hijos de que había que huir y se marchó. Pero, ¿huir a dónde? Por entonces el país entero estaba infectado. No quedaba más remedio que saltar a otro. Más allá de la frontera, después de muchos kilómetros en coche, se alojaron en un hotel. Era tarde, estaban cansados y se metieron en la cama vestidos. Por fin, después de meses en vela, el silencio se abrió paso. Era un silencio balsámico y amigo. Y pudieron dormir. Al despertar, el hombre y la mujer se fundieron en un abrazo tembloroso. Había merecido la pena. Se vestirían. Bajarían a desayunar y celebrarían su nueva vida. Pero entonces, de nuevo, poco a poco, un pequeño chirrido comenzó a abrirse paso entre el silencio de la habitación. Giraron lentamente las cabezas hacia él. Allí estaba otra vez, ese ruido. Aquel ruido vertical, con sabor a caparazón y a sangre. Aquel ruido que tan bien conocían: el hijo acababa de abrir la maleta.