Ataque islamista en Moscú

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

Yulia Morozova | REUTERS

24 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Es inevitable buscar similitudes entre lo acontecido en el centro de ocio Crocus, a las afueras de Moscú, con otros atentados que han tenido lugar en Rusia en las últimas dos décadas. A nuestra memoria acuden rápidamente las terribles imágenes del secuestro de unas 900 personas en el teatro Dubrovka de Moscú, el 23 de octubre del 2002, por un grupo de militantes separatistas de Chechenia liderados por Movsar Bareyev. Un evento zanjado expeditivamente al más puro estilo KGB, con el asalto, días después, por parte de las tropas especiales rusas, lo que ocasionó la muerte de 130 rehenes y 40 terroristas. También la terrible tragedia en la escuela de Beslán del 1 de septiembre del 2004, originada por el secuestro de más de 1.000 personas a manos del denominado Batallón de los mártires Riyad-us Saliheen, de vinculación chechena y que, tras la actuación de varios grupos especiales rusos, provocó la muerte de más de 300 personas.

De lo acontecido el viernes nos han llegado las imágenes, un tanto borrosas y desenfocadas, de los atacantes disparando a los guardias de seguridad en el hall de entrada y a las personas que se encontraban en el teatro. Parecen las secuencias de una mala película de acción, pero, como suele suceder, la realidad supera con creces la ficción, ya que mientras escribo estas líneas van aumentando las cifras de víctimas. Al menos han fallecido 133 personas, hay más de 140 heridos y han sido detenidos varios implicados.

El Kremlin no ha desaprovechado la ocasión para culpar a Ucrania. Pese a que Kiev lo ha negado de manera taxativa desde el minuto uno, está claro que Putin va a utilizarlo para captar más apoyos a lo que ya denomina «guerra» —no intervención— en su frente occidental, y quizá para decretar el reclutamiento masivo de soldados. El hecho de que el grupo terrorista Estado Islámico K (originado en Khorasan, Jorasán en castellano) lo haya reivindicado y que los servicios de inteligencia de EE.UU. y el Reino Unido ya lo hubieran advertido será obviado por Moscú. Putin intentará minimizar el estrepitoso fallo de seguridad derivado de la concentración de esfuerzos en sofocar a la disidencia interna y los resquemores originados por la nefasta intervención rusa en Afganistán, su auxilio al régimen de al-Asad en Siria y sus actuaciones en el Sahel; mientras, por supuesto, saca provecho de ello.