España mira hacia Cataluña. El domingo se celebraron elecciones autonómicas y lo lógico es interpretar lo que ha sucedido y lo que puede suceder: un arcano. Sin embargo, a poco que lo pensemos, España lleva años observando a Cataluña y haciendo de ella el resorte de sus políticas. De los indultos a la ley de amnistía, de la condonación de la deuda al traspaso de sus trenes de cercanías, de las visitas del rey al que no recibe el presidente de la Generalitat a las visitas del presidente del Gobierno, al que reciben los independentistas. Cataluña es el epicentro. «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», dijo Arquímedes al descubrir en su imaginación una palanca que podría levantar, por inmenso que fuese, cualquier objeto. Arquímedes fue el mismo que planteó su inalienable principio: «Todo cuerpo sumergido total o parcialmente en un fluido (líquido o gas) recibe un empuje ascendente, igual al peso del fluido desalojado por el objeto». Su teoría es un descubrimiento sobresaliente. Era un griego excelso. En Cataluña, cuna de doctos científicos, también lo saben. Sumerja el cuerpo que se sumerja, el fluido desalojado siempre les causa satisfacción. En resumen, que siento cierto hartazgo de que la palanca y el cuerpo sumergido, políticamente, siempre me lleven a Cataluña. Se hacen notar. Y pretenden erigirse en paradigma de la modernidad, del desarrollo económico y de la prosperidad. Aserto, este último, que me niego a aceptar. Diré por qué.
En Galicia, en los últimos doce meses, la cifra de desempleados se ha reducido notablemente, aumentando el empleo un 2,2 %. En Cataluña, el número de ocupados a tiempo completo se redujo en 199.700 personas hasta marzo de 2024 (-1,08 %). En el último informe PISA, que mide la calidad de la educación en más de ochenta países, los peores resultados han correspondido a Cataluña; anoto un ejemplo: los alumnos catalanes de 4º de ESO son los que más puntos pierden en Matemáticas desde 2018. En Galicia, contrariamente, el informe PISA deja unos datos esperanzadores: somos la primera comunidad autonómica en ciencias y en equidad (la igualdad de oportunidades para el alumnado sin tener que depender de su contexto económico), aunque hayamos bajado ligeramente nuestros parámetros en Matemáticas o lectura con respecto al penúltimo informe. En Galicia, no se paga la matrícula universitaria (si un alumno aprueba curso, no abonará un euro en matricularse durante toda su carrera). En Cataluña, cada crédito universitario roza una media mayor a veinte euros. Podría escribir un tratado sobre las diferencias entre Galicia y Cataluña, a favor de Galicia mayoritariamente. No lo haré. Esta es solo una brevísima reflexión: para que el epicentro de la política deje de pasar por Cataluña. Para que miren, y admiren, más a nuestra tierra. Arquímedes seguro que encontraría en Galicia el mítico punto de apoyo: la palanca que movería el mundo.