La lucha de ideas entre los dos filósofos de moda se ha ido decantando hacia Slavoj Zizek. Fuimos muy de Byung-Chul Han, pero sus aportaciones, La sociedad del cansancio, etcétera, se fueron convirtiendo en pegatinas o, por hablar más con el lenguaje de hoy, casi en memes. Es muy obvio todo lo que está escribiendo Byung-Chul Han desde hace un tiempo. La sociedad está enferma y tenemos que curarnos con un huerto. Se ha vuelto un blandito, con esa reivindicación del placer de utilizar lápices y tocar el piano rodeado de flores. Está mucho más castigador Slavoj Zizek. Él identifica los mismos males que nos acechan, pero va mucho más allá. La tecnología está firmando un pacto con la ciencia, todo en manos de tres, que nos van a dejar tiesos a todos. Lo peor, como dice Slavoj Zizek en su libro El plus del goce, es que además disfrutamos entregando nuestros datos y nuestras almas.
Un nombre y una cifra. Zuckerberg ejerce un control unilateral sobre más de 3.000 millones de personas desde Facebook. Más nombres y marcas por los que nos dejamos dominar: Bill Gates y Microsoft, Apple, Elon Musk… Los bienes comunes se han privatizado. Ya no somos propietarios. Somos siervos de unos nuevos propietarios que lo dominan todo y nos dominan, en un bucle que encima creemos que nos da placer. Lean a Zizek y vean lo bien que mezcla este nuevo capitalismo con la debilidad de las democracias: «Vamos camino de un mundo nuevo y brutal solo interconectado por los mercados globales. Un capitalismo mundial no en su concepción fukuyamista, impulsado por democracias liberales, sino por estados autoritarios pertrechados en el nacionalismo. China y Rusia están practicando una forma de fascismo blando, recuperando tradiciones a modo de modernización conservadora y con una autoridad fuerte apuntalada con nacionalismo».
Zizek dice que no vamos a salir del túnel. Cuenta un chiste, le encantan: «La luz que vemos al final del túnel no es la salida. Es la del tren que viene hacia ti». Pero lo hace para que espabilemos. No vamos a salir del lío sin apoyarnos los unos y los otros, explica en entrevista a El Mundo. «Mi esperanza para el futuro es que logremos hacer que el túnel sea un poco más habitable y menos trágico». En ese sentido, es muy español. Adora nuestro país y cree que aquí hemos dado muestras de civilización y de solidaridad. Débiles señales. Dice que le emocionó saber de esas personas que en plena tormenta Filomena fueron a sus puestos de trabajo recorriendo distancias imposibles para atender enfermos. Alaba que en España existan las cenas compartidas con amigos, en las que se habla durante horas de todo y de nada. «Eso es civilización. En España, todo empieza a las nueve. En Eslovenia, todo acaba a las nueve». Pero su entusiasmo se enfría cuando vuelve a alertarnos de los grandes gigantes, tecnología y ciencia en manos de tres, que se comerán el mundo si no hacemos algo. Zizek es radical. Es necesario serlo. Miren cómo resume el sexo: «El sexo se ha convertido a algo parecido a rascarse. Se hace y a otra cosa». La exhibición gratuita en las redes va a acabar con nosotros, mientras otros ven crecer sus ingresos hasta cifras obscenas.