
Muerto el perro, se acabó la rabia. El refranero español es pródigo en sentencias que podrían aplicarse a la matraca secesionista en Cataluña. Pero la rabia independentista no se ha acabado porque Puigdemont haya quedado en fuera de juego y en el palacio de la Generalidad se siente un nuevo presidente y además socialista (esto habría que matizarlo, igual que lo de obrero y español: ¿es socialista fomentar la división y desigualdad entre los ciudadanos de un mismo país?). Al contrario, el independentismo es un muerto que está muy vivo, después de irse de parranda, que pagaremos todos. Les recomiendo que echen un vistazo a la hemeroteca de La Voz de Galicia: ya hace más de un siglo, el «problema catalán» ocupaba las portadas de los diarios. Las continuas concesiones al nacionalismo son gasolina para avivar una llama que volverá a prender la mecha del conflicto. Ya no importa si Puigdemont es detenido o no, ni que el porcentaje de votos de los partidos independentistas no supere el 50 %. ¿Por qué a Cataluña se le perdonan peajes, deudas y condenas, por qué puede tener un régimen fiscal propio?