
La actual situación política de Venezuela tiene sus raíces en la profunda crisis política, económica y social que se ha venido desarrollando durante el gobierno de Nicolás Maduro, heredero del singular Hugo Chávez, que presidió la República Bolivariana de Venezuela desde 1999 hasta su muerte en el año 2013.
El hecho de que el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela (TSJ), al parecer en manos del chavismo, haya convalidado «la victoria» de Maduro ha provocado protestas internas e internacionales. El presidente de Chile, Gabriel Boric, fue el primero en manifestarse: «El TSJ acaba de consolidar el fraude», dijo. Y una larga fila de voces de la comunidad internacional denunciaron una clara deriva autoritaria y antidemocrática.
Lo más inquietante es que los malos augurios parecen apuntalarse, sobre todo en la línea de un incremento de la represión sobre los líderes de la oposición. El pasado jueves, antes de que el Supremo diera su veredicto, Edmundo González advertía: «Señores del TSJ, ninguna sentencia sustituirá la soberanía popular. El país y el mundo conocen su parcialidad y, por ende, su incapacidad de resolver el conflicto; su decisión solo agravará la crisis. Los venezolanos no estamos dispuestos a renunciar a nuestra libertad ni a nuestro derecho a cambiar en paz para vivir mejor».
Lo malo es que la deriva autoritaria de Nicolás Maduro podría estar desatándose sin la menor voluntad de acuerdo o de negociación. La ONU se ha ofrecido como mediadora, pero no está muy claro que a estas alturas Maduro quiera mediadores. Porque los pasos que está dando no apuntan precisamente en una dirección políticamente constructiva. Algún paso ha dado que ya no lo sitúa en una posición de mirar hacia atrás y dedicarse a reconducir el proceso ahora en marcha. El horizonte se ha complicado demasiado y la búsqueda de acuerdos parece haberse desvanecido.
Todo lo cual parece indicar que Venezuela puede estar avanzando hacia posiciones de un pasado próximo, no caracterizado precisamente por su vocación democrática. Falta poco para que se despejen del todo las incógnitas más relevantes.