
Aquí al lado, os irmaos al sur del Miño echaron al dictador a golpe de clavel en una de las aplicaciones más floridas de la teoría de la no violencia. Empuñar flores para disolver el mal es de una audacia y de una inteligencia sobresalientes. Hay un riesgo grande de que te tengas que comer los capullos si el de enfrente no sucumbe a la superioridad moral de quien no necesita repartir mandobles o tiros para ganar. Pero si la cosa sale bien, la historia te reservará alguna línea. Antes que los portugueses, Luther King le había dado forma a los mandamientos del movimiento con ese primero que considera la no violencia «una forma de vida para personas valientes», porque hay que ser bien aguerrida para sentarse en el asiento de autobús reservado para blancos cuando te llamas Rosa Parks y eres una mujer negra de Alabama nacida en 1913.
Richard Attenborough le concedió textura de celuloide y la garantía de conectar con el espectador contemporáneo a la emocionante Marcha de la sal, con Gandhi en el cuerpo de Ben Kingsley y cientos de figurantes que nos contaron los 385 kilómetros que un grupo de indios cada vez más numeroso recorrió para recoger sal en el mar y empezar a echar a los británicos de su país. No digo yo que el contexto sea tan dramático ni tan importante, pero algo de esa inspiración se cheira en la decisión que han tomado los vecinos de O Hío. Ochenta personas que cruzan y descruzan un par de pasos de cebra y que colapsan durante un rato el tráfico para que se sepa que algo hay que hacer para que turistas y aborígenes convivan. Como hay quien se hace cruces porque los gallegos nos hemos vuelto agresivos, turismofóbicos y merecedoras de escarnio e maldizer, esto de los de O Hío demuestra que en esta supuesta guerra los cachondos mentales están de un lado.