
Cuando era un chaval, si nombraban a alguien ministro se suponía que cuando menos era abogado del Estado, ingeniero de Caminos, diplomático o catedrático de universidad. Hoy en día sigue habiendo algunos cuyo curriculum vitae es digno de destacar, pero son los menos. La mayoría son gente de a pie. Unos licenciados, otros con estudios de… ( que es tanto como decir que se matriculó en una carrera y no pasó de primero) y muchos que, habiendo estudiado o no, no han trabajado nunca salvo para el partido por el que han llegado a tan alto puesto. Y después están los parlamentarios, ya no digamos aquellos que durante los cuatro años que dura una legislatura no contestan ni formulan una sola pregunta. Me llama la atención cuando a alguno se le cuestiona su formación académica y se enroca escudándose en mil disculpas para no mostrar el título. Que si lo extravió o que lo tiene en la casa del pueblo. En resumen, se trata de ganar tiempo, lo que debiera hacernos sospechar. Estas situaciones administrativas se arreglan con suma facilidad. Para acallar a tanto desconfiado que no se cree lo de tu licenciatura en Historia o en Derecho ni tan siquiera hace falta presentar una instancia en la correspondiente facultad. Echas manos de tus claves personales, entras en la página web del centro en el cual estudiaste y tema solucionado. O no.