Cuando se agosta agosto sobreviene la estación del después, surge un apeadero temporal en mitad de la nada, donde no pasa tren alguno para conducirnos a ninguna parte.
He retornado a la ciudad donde habito, a la urbe generosa que me acogió sin preguntarme mi afiliación, donde crecí profesionalmente, la ciudad que amo y odio a partes iguales, y dejé escrito que es un cuchillo que me parte en dos mitades.
He vuelto en un regreso que fui demorando cuando me cobijaba el tenue verano de mi pueblo de nación y destino. Regresé cuando ya agosto se desvaneció en una nube plomiza que clausuró los meses festivos.
Giré el pomo de la puerta que abre el edificio azul de los recuerdos y rememoré pasados que me alejaron de los oficios básicos que sostienen el entramado de los días felices; reflexioné entre silencios de una elocuencia sublime y fui consciente de que no debía reivindicar los caminos de la melancolía para justificar este artículo.
Hoy es el primer día tras llegar a la estación del después, el tiempo se detuvo en la pantalla del ordenador y me fue contando, susurrando relatos paseados en el estío, me sirvió virtualmente cañas de cerveza, vinos de rioja, godellos y chupitos de licor café que bebí ritualmente en las terrazas soleadas de la beiramar.
Me regaló un manojo de brétemas mañaneras que se reflejaban en el espejo de agua de la ría, me saludó como a un viejo camarada con esa cortesía del borraxeiro que no llega a ser chubasco.
Todo se apareció frente a mí en la pantalla del ordenador en donde estoy relatando esta suerte de crónica abstracta de un verano, que lleva implícita el hasta luego de un adiós y el saludo de bienvenida que cabe en un hola.
Septiembre es un tedeum, un angelical canto de alabanza, cuando cierro la puerta que abrí en un tiempo cálido y poblado de esperanzas seniles que hice rejuvenecer en el retrato de quienes fuimos con un pie de foto que ilustraba presencias antiguas. Voy y vengo, triste y contento, subo y bajo y el tren busca el apeadero del medio, el que tiene un destino escrito de llegadas y de esperas. Estoy seguro de que es la estación del después y desde mi ciudad, desde la otra, veo la mar en lejanías imposibles y me miro reflejándome en las vitrinas de los escaparates, y me alegro con el reencuentro. Pronto será ocre el color del otoño, pero hasta ahora todo fue conveniente, acaso bello mientras duró y esperábamos la estación temporal del después.