Venezuela...¡qué pena!
OPINIÓN
La crisis persigue a Venezuela desde hace años, cuando el denominado chavismo fue adquiriendo protagonismo público y colonizando parcelas de poder. El último gran eslabón de ese periplo han sido las elecciones presidenciales del 28 de julio del 2024, cuya valoración final no se ajusta en modo alguno a los estándares de calidad democrática. Incluso, hemos visto la desfachatez de la no publicación de los concretos resultados electorales. Todo un despropósito que han asumido con una descarada cobardía los responsables oficiales de tal proceso electoral. Los incautos pensaban que tras el Acuerdo de Barbados y el intercambio de prisioneros con Estados Unidos ahora sí serían posibles unas verdaderas elecciones. Erraron de lo lindo.
La democracia del siglo XXI afronta retos relevantes. Ya los tuvo en el pasado, pero eran más evidentes, con confesados enemigos de ella y regímenes totalitarios. Ahora el autoritarismo es en muchos casos más disimulado, trata de guarecerse en subterfugios blanqueados por la manipulación informativa. Venezuela es un ejemplo de ello. Un país hermano, con relevantes afinidades culturales con España y Galicia, que se encuentra en una espiral negativa que dificulta su progreso y realización. Se trata de un autoritarismo que, por un lado, construye una dinámica de control para cercenar a la oposición y cohesionar sus apoyos, y, por otro, intenta engañar ofreciendo procesos electorales y participativos que en realidad no son libres ni limpios. Un pérfido engaño en el que caen algunos de entre nosotros con sorprendente ignorancia jurídico-política. La división de poderes realmente no existe y los elementos de control propios de una democracia son meros adornos. Por eso, el régimen venezolano es jaleado por otros adalides del autoritarismo, como China, Nicaragua o Rusia. Todo un eje geopolítico contrario a las libertades de las que debería gozar toda persona. Al final, lo más negativo recae sobre los ciudadanos de a pie, reprimidos o movidos como títeres por el poder.
Los amplios recursos naturales que tiene Venezuela son una vía de sostén para Maduro y compañía. Y ahí están precisamente China y Rusia explotándolos y alimentando a ese Gobierno chavista. Pero también países occidentales negocian con tales recursos desactivando buena parte de la presión diplomática que se pueda ejercer. De igual modo, el crimen organizado se ha enquistado en los resortes del poder venezolano actual, con líderes que son también líderes políticos. La solución es sin duda difícil; hay que descartar opciones que generen mayores problemas o una violencia inasumible. De momento solo vemos como salida una fuerte presión diplomática, sobre todo de ciertos países con ascendencia sobre el Gobierno venezolano. Nos referimos a Brasil y a México, aunque este último aproximándose también al lado oscuro.
Nos apena esta situación. Desde hace años en mis aulas siempre hay algún alumno que tuvo que exiliarse de Venezuela. Son gente entusiasta, cercana y amable, pero también apesadumbrada porque no ven salida para su patria. ¡Qué duro es tener que abandonar el hogar y escapar del país! Los efectos emocionales de estos cambios resultan ciertamente fuertes y la reversión compleja. Nosotros, un tanto indolentes, seguimos cortejando al chavismo y ¿recibimos a Edmundo González para sacarle un problema a Maduro? Tal vez sí, de nuevo la manipulación de la primera faz de los acontecimientos.