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El ser humano es el único animal que habla, eso nos permite ser lo que somos y nos condena a padecer de angustia. Es un sentimiento humano mediado por nuestra capacidad de conjugar el futuro y recordar el pasado. El futuro es el tiempo del proyecto, de la ilusión y de la esperanza, pero también de todo lo malo que tenga que pasarnos y, además, todos sabemos que al final de todos los futuros siempre hay una lápida. Ese saber acerca de nuestro destino es lo que nos dota de un nivel más o menos alto de angustia vital.
Los clásicos definían la angustia como «el miedo a no saber qué», como la «tensa espera» y Borges decía que la angustia es «la brecha que separa el antes del después». Todas las religiones buscan apaciguar esa sensación de incertidumbre acerca del futuro, se ve en las frases lapidarias que presiden muchos de los cementerios cristianos: «Como me ves, te verás», «El destino del cuerpo aquí lo veis, el destino del alma, según obréis» o «Hoy por ti y por mí mañana. A este lugar de olvido va la vanidad humana y el alma a su merecido».
Conocemos nuestro futuro, recordamos nuestro pasado y contamos los años como mojones que marcan las etapas de nuestro trayecto vital, pero no todos lo hacemos de la misma forma. Tenía un amigo en Ourense, un último Bradomín con el que pasé horas de conversaciones apasionantes escuchando su vida cargada de aventuras como una novela de Emilio Salgari. Este amigo no contaba la vida en años, sino en vidas de perros. «Me quedan dos perros», repetía y eso equivalía, más o menos, a veinte años. Otra contabilidad de chascarrillo es aquello de «me quedan tres telediarios». Visité con unos amigos la ermita de San Bartolomé en el Burgo de Osma, probablemente el enclave templario más antiguo de la península. Después de pasar la jornada identificando símbolos del más allá, atracamos en un bar dispuestos a dar cuenta de unos excelentes torreznos. Ya en la sobremesa, mi amigo comentó que dentro de poco cumpliríamos 15.000 días de vida y habría que celebrarlo como se merece. Dicho así, resultaba impresionante y cunde mucho más, casi que te das por satisfecho. 15.000 días de vida y una noche para contarlos.
¡Salud!