Siglo XXI. El siglo de las emociones desatadas. La política convencional está en crisis, por no decir en vía muerta. Se lleva el líder populista. De Donald Trump a Isabel Ayuso. Sí, leen bien. Una parte del pueblo no quiere gestores aburridos que venden calma. La pandemia nos volteó a todos. Y ha quedado muy marcada en nuestro inconsciente. Encima sucede lo de Valencia y el pueblo salva al pueblo. De los gobiernos estatal y autonómico solo llegó decepción. El rey tuvo que volver a aparecer. La política se ha ido a los extremos por múltiples factores. Las clases medias están hartas. Eran el sostén del centro, pero van camino de la extinción y de la jubilación. Eran el balance, pero rezuman hartazgo. La bolsa de la compra, por las nubes. Llenar el depósito vacía el depósito bancario. En Estados Unidos, igual. Fueron los hombres latinos, como contó en La Voz mi compañero Manuel Varela, los que auparon a Trump a una victoria histórica, en la que un personaje como Elon Musk tuvo mucho que ver. A Trump también le votaron muchos jovencitos que se incorporan a la política y que, como sucede en otros países, eligen el voto extremista o llamativo. Los políticos neutros están en riesgo. O se tendrán que apoyar en experimentos como Vox o Se acabó la fiesta, que pillan del calado juvenil y de los que nunca habían votado. Gente que estaba fuera del sistema y que no detecta las encuestas. Trump volvió a llamar a las urnas, como en las tres elecciones que lleva, a tipos cabreados que antes no votaban nunca. Donald arrasó a Kamala. Y ya circula en redes el chiste, el meme, Quemala Harris. Eso es lo que funciona. Las tripas.
Pegar carteles es un absurdo. Lo que hay que hacer es tener a un montón de chavales con talento que sepan mover memes crueles con el rival por la red a velocidad de vértigo. Un mal meme hunde al rival. No se levanta de un golpe así. Kamala Harris vendía normalidad. Recuperar la cordura y era establishment. Una parte del pueblo norteamericano ama escuchar mentiras gigantescas sobre que van a volver a ser grandes, que serán de nuevo un imperio. La política se ha vuelto estomacal. Somos pura víscera. Más corazón y estómago que cerebro. Sentimientos no razones. Compramos palabras bonitas, aunque sean mentiras. Es alucinante, pero es así. Mandan los robots que mueven bulos. Se puede extrapolar a cada vez más países. Trump y Orban no están solos. Gustan los políticos sin piedad, fuertes. Me vengo a España. Ojo. Feijoo es más convencional que Sánchez. Dejemos a un lado las ideologías. Sánchez es un líder que no lo detiene nadie. Ha demostrado que, menos en la flaqueza de Valencia, siempre sigue adelante. Sabe retorcer el cisne de la política de centro y a sus socios para continuar en el poder. Juega con una idea: el único que puede sumar los partidos más contrarios hoy por hoy en España es él. Trump, un millonario con un discurso contundente, sumó votos de minorías trabajadoras. Estados Unidos es uno de esos países en los que la mujer al casarse pierde su apellido para llevar el de su marido. Kamala era cultura woke, contra eso y a favor de la igualdad. Trump vence gracias a millones de hombres blancos que temen perder su fuerza.