Si cualquier analista venido de lejos observa el sainete que a diario nos ofrece el Ejecutivo español, no dará crédito. Y no sabrá interpretarlo. Esto ya no tiene ni pies ni cabeza. Cada idea que quieren poner en práctica es una odisea.
El panorama no puede ser, desde el punto de vista gubernamental, más desolador. Las negociaciones, finalmente, son concesiones a los grupos minoritarios. Y a río revuelto, ganancia de pescadores: catalanes y vascos, o viceversa. Los últimos, a quienes solo les ocupa y preocupa su lar de origen, son los que más tajada están sacando. Quizá algún día la historia se revuelva contra un PNV que lo tiene todo, y todo lo pide, pero nada ofrece al resto de la ciudadanía española. Puede que algunos piensen que así debe ser. Creo que se equivocan. Este país se ha fundamentado, en democracia, en la solidaridad de los unos con los otros. Y esa solidaridad se quiebra. O se anula. Estamos conviviendo, aun sin saberlo, con el mayor deterioro institucional y moral del Estado. Pero al presidente no parece importarle. Él continúa una carrera hacia adelante. Sin rumbo fijo y con solo un objetivo final: seguir ostentando la presidencia del Gobierno. Lo he dicho muchas veces, e insisto, es un personaje admirable. Si tuviese que escribir una novela sobre la actualidad patria no encontraría, eso me parece, un personaje principal más atractivo que Sánchez. Es el gato de Schrödinger: nunca sabremos si está políticamente vivo o políticamente muerto. Admirable, reitero.
Sin embargo, algo pasa en España. Se está diluyendo, en mi opinión, toda esperanza entre las borras del café del porvenir. No arrancamos. Porque no nos entendemos. O porque no se entienden los que apoyan el Gobierno actual. O no se entiende el Gobierno actual con aquellos que lo apoyan. Pueden decir una cosa y la contraria. Pueden negociar con Junts que no se suben los impuestos a las energéticas y lo contrario si negocian con Esquerra, Bildu y el BNG. En realidad, los que gobiernan España no son una coalición «progresista», sino una coalición de intereses. Los que no creen en la indisolubilidad del Estado (ERC, Bildu, PNV, Junts, BNG…), porque aspiran a la independencia de sus territorios, son los que pilotan el Gobierno de Sánchez. No hay término medio. Los socios conocen su debilidad: la flaqueza del Gobierno logrado con una moción de censura contra la corrupción y envuelto ahora entre las voces de Aldama, las imputaciones y otras sospechas de mugre. Ninguno de ellos estará dispuesto a mudar el escenario. La alternativa sería un Ejecutivo de centro derecha con objetivos claros, con ruta a seguir y, sobre todo, sin necesidad de disputas estériles para negociar prospecciones legislativas. Los acólitos del actual Gobierno dicen que la política es, fundamentalmente, negociar con unos y otros. Yo creo que la política ya no puede sumergirse más en el abismo. Un Gobierno que no gobierna. Sobrevive, sencillamente.