Bebés prematuros de récord: entre el milagro médico y el desafío ético y clínico
OPINIÓN
Una vez más, se genera un revuelo social tras el alta de un bebé prematuro con un peso inferior a 400 gramos. Hace seis años publiqué en estas páginas un artículo sobre el impacto global de la supervivencia de un recién nacido en Japón que pesó solo 268 gramos. La neonatología documenta decenas de casos similares desde la segunda mitad del siglo pasado; sin embargo, continúan creándose falsas expectativas ante cada nuevo caso. Los titulares destacan el bajo peso del bebé, relegando un dato más relevante: las semanas de gestación, indicador crucial que refleja el grado de maduración fetal. En este contexto, los medios suelen divulgar estos casos sin detalles específicos, alimentando percepciones distorsionadas. Al hablar del umbral de viabilidad fuera del útero, podría parecer práctico establecer un límite preciso, como el peso. Sin embargo, esto puede no ser adecuado; la edad gestacional es mucho más determinante. Las semanas de gestación son el mejor predictor de mortalidad y se correlacionan también con la morbilidad (problemas de salud agudos o crónicos en una población). A partir de las semanas 23-24, la supervivencia aumenta un 10 % por cada semana adicional. Así, un feto de 26 semanas tendrá, en principio, mejores posibilidades de sobrevivir que uno de 24. Un feto que pese menos de 400 gramos en la semana 26 probablemente presente un grave problema de crecimiento intrauterino retardado (peso muy inferior al esperado para su edad gestacional), pero tendrá mayor madurez que otro de 600 gramos en la semana 24. Difundir sensacionalismo sobre supervivencias asociadas al peso genera, a mi juicio, expectativas irreales que pueden afectar negativamente tanto a las familias como a los sistemas de salud. Vincular pesos cada vez más bajos con mayores posibilidades de éxito podría hacer creer que un prematuro de 700 u 800 gramos tiene garantizada una supervivencia sin complicaciones. Estas expectativas, de no cumplirse, pueden derivar en frustración o en procesos de duelo más complejos para las familias ante desenlaces adversos.
Además, destacar casos excepcionales minimiza los desafíos reales que enfrentan los neonatos prematuros y sus familias. Estas noticias, aunque impactantes, no son novedosas. Que un equipo de neonatología logre dar de alta a un bebé así refleja su experiencia adquirida con cientos de niños prematuros, lo que asegura mejores resultados. El foco debe estar en la atención centralizada de los partos prematuros en hospitales capacitados para manejar casos en el umbral de viabilidad (fetos periviables). Tampoco debe obviarse que los bebés que sobreviven en estas circunstancias suelen necesitar seguimiento médico a largo plazo, ya que las secuelas del nacimiento extremadamente prematuro pueden manifestarse meses o años después. Aunque los avances en neonatología son impresionantes y casos como estos inspiran asombro, no deben trivializarse los desafíos clínicos, éticos y emocionales que conllevan. Ciencia, tecnología y empatía deben trabajar juntas para tratar cada caso con el respeto y la delicadeza que merece. Solo así podrá equilibrarse la celebración de los avances médicos con una visión realista y honesta de sus implicaciones. Esto no se trata de récords, sino de brindar la mejor asistencia posible en cada caso.