Nicolás Maduro seguirá en el poder pese al optimismo que se observa de forma masiva en las manifestaciones que han tenido lugar en Venezuela y también a nivel internacional, y que son una muestra de la ilegitimidad que rodea al recientemente proclamado presidente. La comunidad internacional sigue manifestando su apoyo a González Urrutia, como ya ocurrió antaño con Guaidó, aunque en la actualidad se hace más patente el aislamiento del inquilino del palacio de Miraflores por la pérdida de apoyos en la región. Solo los regímenes de Cuba y de Nicaragua (en donde no existe el respeto a los derechos humanos) le sirven de sostén, brindándole incluso una presencia política de asesoramiento y dentro del ejército muy relevantes.
Al estancamiento de la situación ayuda, en primer lugar, que González Urrutia no haya permanecido en Venezuela (pese al evidente riesgo que existía para sus libertades y derechos fundamentales e, incluso, para su vida); que la oposición haya perdido un enorme potencial debido a la gran cantidad de ciudadanos que se han visto obligados a dejar el país; y, en tercer lugar, la imbricación del crimen organizado en el sector público, que obstruye cualquier hipotética negociación que pudiese existir (y que, en todo caso, es una quimera). Además, pese a las últimas declaraciones de Edmundo González, Maduro sigue contando tanto con el control policial y militar represivo como con la intención de ejercitarlo, como se observa en la aprehensión violenta a opositores y a la inmensa mayoría de ciudadanos que ya no confían en el régimen.
Habrá que esperar a los siguientes días para ver los pasos que da la oposición y para observar el papel de la comunidad internacional. En este sentido, por cierto, es criticable la ausencia del protagonismo que España debería tener en el apoyo a la oposición venezolana y la presión que podría ejercer en favor de la democracia, así como la hipocresía de determinados (y escasos) partidos de nuestro país que siguen apoyando a represores autoritarios como Maduro.