
Me reconozco en esa extrañeza de ver a los niños como estrellas en los programas de televisión. Me chirrían cuando forman parte de shows para ver quién es el que mejor canta, el que mejor baila y el que mejor cuenta un chiste. Hemos visto a niños especialmente avispados y repipis en el programa de Juan y Medio hablando como si fueran reviejos y hemos visto también su talento excepcional en el talent La Voz cantando frente al jurado y los coachs. También a otros muchos demostrando sus altísimas capacidades sobre el escenario para conseguir su pase de oro en Got Talent. Esa competitividad entre críos funciona a nivel de audiencia, pero a una parte de los espectadores, creo yo, nos sigue espantando, porque vemos a micos de 8 años expuestos a los ojos de cientos de miles de personas. Pero el caso de los niños de MasterChef es un paso más dentro de la escuela de la precocidad. Valentina, a los 9 años, es una ganadora que salta de alegría porque sabe que se va a formar en el Basque Culinary Center y que le van a dar 12.000 euros para ese objetivo. Sus compañeros rebotan en el aire cuando ven entrar por la puerta a Tamara Falcó como un ídolo gastronómico que les hace gritar y abrazarse con tal alborozo que piensas a qué dedican el tiempo libre. No sé, a lo mejor la que no está ubicada soy yo, pero entre Espinete y hacer esferificaciones tiene que haber alguna otra opción.