De los creadores de «Abrir la fachada marítima», llega a las pantallas «El mar acecha»
19 ene 2025 . Actualizado a las 04:55 h.La semana pasada, escribíamos sobre el estancamiento de Vilagarcía en los 37.000 habitantes y su incapacidad para llegar a los 40.000. Repasábamos las mejoras que habían convertido la antigua vila en cidade y todas ellas tenían que ver con la calidad de vida, los servicios, las comunicaciones y una constelación de adelantos y logros que han convertido Vilagarcía en una ciudad tan atractiva que uno, en su humilde opinión, quizás simple, quizás triunfalista, no entiende cómo es posible que no seamos ya cuarenta mil. Puede criticarse que no haya innovación cultural, masa crítica, sociedad civil activa… Pero eso depende de la ciudadanía, porque las condiciones para progresar cultural y socialmente están puestas.
La verdad es que, repasando nuestra historia durante los últimos cien años, Vilagarcía ha crecido en habitantes cuando la industria se ha instalado en la ciudad, mientras que los avances en servicios, habitabilidad y equipamientos han favorecido el bienestar de los vecinos, pero no han atraído a una población fija, sino a visitantes esporádicos y temporales, como demuestra el aumento brutal de pisos para alquiler turístico en la ciudad.
Comenzando el año, el vilagarciano Eduardo Abad Sabarís, presidente nacional de Agtamar-UPTA, ponía el dedo en la llaga con su proyecto de impulsar la puesta en marcha de una «mesa para a industrialización do Salnés». «Non temos máis que un puñado de empresas que superan os 50 traballadores; non podemos seguir así», apuntaba.
Durante la primera semana después de Reyes, sucedió un incidente en Vilagarcía que podría parecer anecdótico, pero sería preocupante si trascendiera la anécdota sin importancia y se convirtiera en categoría. Me refiero al caso del señor que no recibía su teléfono móvil y se hartó. Se llama Ramón Reirís y se encerró en una tienda de telefonía para reclamar su aparato: lo había comprado el 22 de noviembre, pero le enviaban terminales defectuosos y 50 días después de comprarlo seguía sin teléfono. Ha sido una situación extraña, porque Vilagarcía ha sido siempre una ciudad bien suministrada y atendida. Era algo que llamaba la atención a los forasteros: aquí llegaban los productos y los pedidos y se resolvían las incidencias con más rapidez que en capitales como Albacete, Zamora o Cáceres. Y esa eficiencia era una marca de ciudad.
Como son marca de ciudad los trenes rápidos directos a Madrid, el hospital, el inminente nuevo centro de salud, el magnífico centro de Formación Profesional de Fontecarmoa con las nuevas obras que en él se acometerán, las numerosas grandes y medianas superficies comerciales mientras el comercio de proximidad resiste mejor que en las capitales. Vilagarcía se ha convertido en una ciudad amable que acoge y facilita el paseo, completando en el 2025 un plan de humanización urbana que culminará con las obras que deben estar listas este verano en la calle Conde Vallellano.
Aunque la obra más interesante de este año será la reforma de O Ramal, que, financiada con fondos europeos, completará definitivamente la apertura de Vilagarcía al mar y dejará una fachada marítima diáfana, atractiva y reconfortante, uno de esos no lugares en los que el tiempo se detiene, la perspectiva cambia por efecto de la luz y la meteorología y uno cree habitar un paraíso difuso, inasible, puro tiempo presente, mindfulness en vena.
Pero más allá de las sensaciones y de la conversión de la fachada marítima en el principal atractivo de la ciudad, lo cierto es que nos vamos a quedar sin aspiración y sin tema de debate. De acuerdo, discutiremos un poco sobre si hubiera sido mejor un hotel que una pradera o una piscina de agua salada que una cafetería con pérgola y terraza, pero superadas esas diatribas sin mayor recorrido, nos encontraremos huérfanos del gran concepto que ha sobrevolado elecciones, conversaciones, conferencias, artículos y libros durante el último medio siglo: «Abrir Vilagarcía al mar».
Vilagarcía le robó terreno a la ría y se cerró al mar, vivió decenios de espaldas al océano y en el imaginario colectivo fraguó un sentimiento, una aspiración que ahora se ha sustanciado: recuperar la fachada marítima y abrirnos al mar. Ese deseo estaba anclado en la memoria y en la nostalgia de la Vilagarcía que fue, la del balneario y el muelle de hierro, la que se unía al mar sin terreno de por medio.
¿De qué vamos a debatir, sobre qué teorizaremos cuando Vilagarcía ya esté abierta, enterita, al mar? Esto de quedarse sin un objetivo claro y universal es desasosegante. Cuando acaben las obras en O Ramal, o sea, para las próximas Navidades, habrá que dedicar las cenas familiares y los debates de cuñados a buscar un gran objetivo colectivo que nos permita discutir, perfilar programas electorales y jornadas de análisis.
Propongo un tema… Cuando un vilagarciano se metía en política, solo podía aspirar a ser concejal cuando asumía el mantra de abrirse al mar. Pero ahora, ya abiertos, deberán cambiar el chip y denunciar un peligro incierto por efecto del cambio climático. Tras la dana de Valencia, se han publicado varios mapas de zonas peninsulares inundables. En ellos, aparecen varios espacios de Vilagarcía con alta probabilidad de inundación en diez años. Sería paradójico y contraproducente que después de medio siglo encerrados con un solo eslogan, «Abrir Vilagarcía al mar», ahora pasemos otros 50 años proponiendo medidas para protegernos del mar.