Ahora que Ucrania se enfrenta a su propia soledad, con el Gobierno de Estados Unidos en manos del republicano Donald Trump y con una Unión Europea indecisa sobre las dimensiones de su propio apoyo a Zelenski en la guerra con Rusia, se abre paso un inquietante futuro todavía difícil de dilucidar o describir.
Trump ha asegurado que logrará un acuerdo de paz, lo que no ha dicho es qué sacrificio correrá a cargo de Ucrania y qué exigencias rusas deberán satisfacerse. Algo que Marcos Rubio, secretario de Estado nombrado por Trump, se dispone a corregir y redirigir, al margen de las propuestas defendidas hasta ahora por el presidente Biden. Porque de lo que ya no cabe duda es de que, a partir de ayer mismo, todo se ajustará a los planteamientos políticos del nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, cuyos esquemas políticos e ideológicos difieren sustancialmente de los de su predecesor.
Zelenski habló por teléfono con Trump el pasado 7 de noviembre (dos días después de que se celebrasen las elecciones) y le felicitó por su «histórico triunfo». Pero la ecuación real se dirime ahora en unos términos todavía no evaluados, aunque no imposibles de intuir. Porque de la situación actual aún falta por despejar la propia posición de Vladimir Putin y sus consecuencias.
De momento, las tropas enviadas por Corea del Norte en apoyo de Rusia se han desplegado en el frente ucraniano de Kursk, donde continúan. Por su parte, José Borrell, Alto Comisionado para la política exterior de la Unión Europea, terminó su etapa de mando. Y mientras todo esto sucede, una progresiva inquietud parece asomar sobre la realidad presente.
Ucrania vive en una soledad de incierto futuro, porque nada está escrito sobre la actual coyuntura. Mientras tanto, Putin sigue dispuesto a retener los territorios ocupados por Rusia. Y Trump dice tener la palabra mediadora.