El magreo del juez

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Rodrigo Jimenez | EFE

22 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay tantas cosas mal en las declaraciones que el lunes vimos por la denuncia contra Errejón que es difícil percatarse de que el foco había que ponerlo justo en lo que no veíamos. Vimos a Errejón relatar a su manera los hechos de su presunta agresión a Elisa Mouliaá y la conclusión final de que la vida real no es un eslogan, una manera muy cínica de desacreditar la capacidad que la política tiene para cambiar las cosas, incluida la que él mismo reclamó durante la última década. Vimos también a Mouliaá, abatida y balbuceante, casi incapaz de soportar los guantazos de un interrogatorio por el que parecía que la culpable era ella. Y no vimos, pero oímos, al juez. Es imposible que nadie que haya oído a Alfredo Carretero no haya sentido al menos un respingo de incomodidad. No se exige que al frente de los tribunales se sienten seres de luz que se dirijan a víctimas y verdugos con la consideración que la impartición de justicia exige, pero, entre ser Spencer Tracy haciendo de Daniel Haywood en Nuremberg y el juez que le tocó a Mouliaá, tiene que haber un término medio. Todo en el tono de Carretero fue desafiante y desagradable, soez en ocasiones, grosero y chirriante, una estrategia que amparará el procedimiento pero que convierte una sala de vistas en un lugar horrible al que muchas evitarán acudir les pase lo que les pase. Habló de magreos, de bajar las bragas y de chupar las tetas, en concreto le preguntó a la actriz cuánto tiempo le había chupado las tetas Errejón, una petición de cuantificación temporal que no sabemos qué artículo del Código Penal recomienda formular para dirimir la naturaleza de un delito. Las palabras que se usan son importantes. Un juez debería saberlo.