Elogio del zorro

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

POLICÍA LOCAL

01 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Cruzó la carretera, miró fijamente para nuestro coche, se quedó quieto en la cuneta y sin dejar de mirarnos subió y bajó rítmicamente su cabeza como para despedirse diciéndonos adiós.

El invierno estaba desperezándose aquella mañana lluviosa. El coche siguió su camino y quedó atrás el horizonte. Era un joven zorro rojo que quiso saludarnos como si nos conociera. Fue entonces cuando supe que era uno de los nuestros, tan gallego como yo, habitante permanente de mis fantasías que formaba parte de la fauna mas entrañable de mi país. Era un superviviente, eje central de las narraciones campesinas, protagonista de leyendas y fábulas desde Esopo a Samaniego pasando por La Fontaine. Aquel golpe, aquel raposo, el zorro del adiós tenía en su memoria campesina toda la astucia, la inteligencia y la audacia del pueblo gallego y de su fauna.

Cerca de doce mil de estos ejemplares son abatidos cada año con la complicidad de las autoridades autonómicas a quienes las sociedades conservacionistas les piden que veten su caza. Y yo desde aquí quiero unirme a su demanda.

La actual cabaña del zorro gallego no pasa de los dos mil quinientos individuos, que son perseguidos con saña por los cazadores que todavía siguen considerándolos como alimañas, y les dan muerte argumentando la propagación endémica de la sarna.

El raposo se acerca, herido por el hambre, a las áreas pobladas, husmea en las basuras y ya no es aquel «robagallinas» que fue antaño, no engaña a las aves domésticas con añagazas que luego servían de mimbres literarios con los que construir, tejer historias antiguas para ser contadas al amor de la lumbre.

No hay tramperos que comercien con su piel, y los cepos que esquilmaron la parroquia zorruna están afortunadamente prohibidos.

Inglaterra abolió el falso deporte de la caza del zorro y su variante gallega ha desaparecido del catalogo lúdico de los cazadores.

Y hoy los zorros siguen entre el temor y la simpatía acudiendo por las noches a las puertas de bares y restaurantes suplicando las viandas sobrantes de las comidas. Son muy dados a los huevos, y cuando los catan cocidos descubren que es para ellos un manjar.

A un restaurante de playa, el Louzao, que está en mi pueblo, Viveiro, acudió durante varios meses un raposo mendicante que esperaba el cierre de la marisquería para que le dieran su recompensa. La especialidad del restaurante eran los percebes pero no tengo noticia de que nuestro amado zorro se aficionara a ellos. Creo que optó por los huevos cocidos. Aquí queda nuestro elogio.