Un grito por Nicaragua

OPINIÓN

Oswaldo Rivas | REUTERS

06 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales de año, Daniel Ortega, de 79 años, llevó a cabo una grotesca reforma del texto constitucional nicaragüense (la número 12, si mi memoria no me falla, todas encaminadas a perpetuarse en el poder). La nueva reforma elimina la separación de poderes (algo que de facto ya sucedía) y oficializa la figura de la copresidencia, estableciendo que el poder ejecutivo está integrado por un copresidente (Ortega) y una copresidenta (su esposa, Rosario Murillo, una auténtica «bruja», a decir de muchos nicaragüenses que la han conocido de cerca): ante el fallecimiento de uno de ellos, mantiene la presidencia el otro… y se proyecta así, en la práctica, una sucesión dinástica en la persona de Laureano Ortega Murillo, su hijo. En definitiva, el glorioso Frente Sandinista de Liberación Nacional se ha transformado de un movimiento revolucionario que derrocó la dictadura de Anastasio Somoza a un régimen medieval, con reyes y reinas, creando una dinastía.

Ya he perdido la cuenta del número de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que han sido detenidos, expulsados, encarcelados o despojados de sus propiedades en los últimos años. Todo porque siguen siendo una voz profética, muy debilitada, eso sí, que habla de derechos humanos y de libertad. Las últimas han sido las clarisas, religiosas de clausura que fueron sacadas de sus conventos de Managua, Matagalpa y Chinandega la noche del 28 al 29 de enero con solo lo puesto. Ante estos personajes, que se agarran como garrapatas al poder (pienso también en Venezuela y en Cuba) hace falta algo más que buenas palabras y oraciones: la diplomacia no funciona en estos casos, ni siquiera la vaticana, siento decirlo, porque son hombres y mujeres perversos, que no creen en nada ni en nadie más que en ellos mismos, auténtica encarnación del mal. No seamos huevones.