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A Richard Gere le vas a explicar por qué la Academia de Cine le ha otorgado el Goya Internacional justo ahora que ha bajado de los cielos de Hollywood y se ha quedado a vivir entre nosotros, al lado de su mujer gallega y su familia. Curtido en mil ceremonias y en las entretelas del negocio, sabía, y lo apuntó con elegancia, que esa mudanza ha sido el caramelo unido a su carrera para lograr esta distinción.
En los Óscar de 1993, cuando llegó su turno para presentar un premio, Gere desmanteló el guion previsto y se lanzó a hablar de China y a pedirle a Pekín que sacara sus tropas del Tíbet. Después de aquel escándalo, estuvo vetado durante muchos años por su osadía.
Este sábado la traducción simultánea de los Goya, o la ausencia de ella, ocultó su mensaje frente a los espectadores que no entienden inglés. Con contundente serenidad, el oficial y caballero llamó «abusón y matón» al presidente de Estados Unidos, pero los subtítulos no reflejaron ni esa ni otras partes de un discurso improvisado que se quedó colgando, lost in translation. La Academia de Cine había tomado una decisión en la que pesó más el mito que la razón: dejar que se escuchara la voz del actor sin la interposición de un intérprete. Pero las lagunas a pie de pantalla fueron tantas que hicieron sospechar que había una inteligencia artificial alucinando donde solo hubo un desafío humano de traducir, interpretar y teclear en nanosegundos, lo que requiere una cualificación profesional y medios tan complejos que rozan la magia.