Cómo una mentira viralizada puede convertirse en verdad

M.ª Carmen González Castro
M.ª Carmen González VUELTA Y VUELTA

OPINIÓN

SERGIO PÉREZ | EFE

18 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En términos generales, mentir no es un delito, salvo que lo hagas en determinadas circunstancias: ante la Justicia, en un documento oficial, para cometer un fraude... Pero nunca si mientes, por ejemplo, en X, en Instagram o por WhatsApp. Las redes sociales parecen nacidas para la mentira, porque nada hacen mejor que viralizar y prácticamente convertir en verdad cualquier bulo.

Hace ya tiempo que muchos políticos se han subido a este carro para esparcir falsedades y medias verdades. Ya supimos de las intervenciones de Cambridge Analytics en las primeras elecciones que ganó Trump, en el 2016, o en la campaña del brexit. Por no hablar de las formaciones políticas populistas, para quienes las redes son la plataforma ideal, desde las que apelan más a la emoción que a la razón. Y de las que han sabido sacar provecho mucho mejor que los partidos tradicionales, más comedidos en sus mensajes. Salvo Miguel Ángel Rodríguez (MAR), el superjefe de gabinete de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, un reconvertido de la política tradicional al populismo digital.

Porque MAR usa el guasap para enzarzarse con periodistas que escriben lo que no le gusta. Su obra maestra es difundir que la fiscalía ofrece un pacto a la pareja de Ayuso (cuando fue al revés) y consigue que el fiscal jefe acabe imputado (nadie discute que la actuación de Ortiz es más grave porque representa una institución del Estado). Y el domingo por la noche volvió a intentarlo: cuando en la televisión aparecía la hija de una fallecida por covid en una residencia de Madrid, irrumpía Rodríguez en X para, primero, sugerir que investigaría si esa mujer tenía realmente a su madre en un centro y ¡si la visitaba!, y luego para asegurar que su testimonio era falso. Doce horas después tuvo que rectificar y admitir que el testimonio era cierto.

Cada uno de los tuits tuvo más de un millón de visualizaciones. Pero, ¿quién asegura que los mismos que vieron la mentira leyeron también la rectificación? ¿Cómo puede el jefe de gabinete de la presidenta de Madrid actuar con este descaro, como si fuera un agitador profesional o un tuitero de medio pelo? Los bulos corren más que los hechos, si permanecen en el tiempo acaban convirtiéndose en ciertos. Si el que debería estar preocupado de luchar contra esa desinformación la usa continuamente para sacar provecho, la pregunta que queda es: ¿quién va a hacer un marco normativo capaz de hacer asumir las consecuencias al que difunda un bulo?