
La legislatura daría para un mal spaghetti western de los de Sergio Leone. Pedro Sánchez sería el vaquero que cruza el desierto —fake— de Almería con una cantimplora agujereada —léase sin mayoría — y rodeado de amenazas: la oposición, sus socios, la guerra de Ucrania, Trump, la multinacional fascista y hasta los nazis. La taberna, entiéndase el oasis de millones de la UE que regenta su teórica amiga Ursula (von der Leyen) siempre queda lejos, porque cualquier inconveniente frena la llegada a la barra de felicidad donde se reparte euros en vez de whisky.
A Sánchez no le acechan indios, sino Puigdemont y sus secuaces. Le torturan con pequeños pinchazos de sus flechas separatistas. Un día le torpedean una ley en el Congreso. Al siguiente le amenazan con una cuestión de confianza. Siempre levantan mucho la voz y hacen ruido para que parezca que son más. Pero nuestro héroe sabe que siempre tienen un precio que él está dispuesto a pagar.
Así, primero llegó el indulto general a los golpistas. Como no fue suficiente, hubo que hacer una reforma judicial ad hoc para suprimir los delitos de sedición y malversación. Si todo lo habías hecho por la causa (separatista), todo era legal. Más tarde se aplicó el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso. Y se pretende, con nulo éxito, extender a Cataluña. La quita millonaria de la deuda generada por los delirios independentistas se anunció la pasada semana entre el malestar del resto de comunidades, incluida alguna de las socialistas a la que no le quedó más remedio que apoyarla.
Esta semana toca traspasar, como siempre bordeando la Constitución, las competencias de gestión de fronteras y de control de migrantes. Ya se encargará Cándido Conde-Pumpido de barnizar de legalidad lo que haga falta con el aplauso cómplice de Yolanda Díaz, que esta semana dice que todo está perfecto lo que la semana pasada era una atrocidad. Lástima que partidos de su órbita, como Compromís, no la secunden. O que su gran rival, Podemos, anuncie un voto en contra que paralizaría la nueva cesión en el Congreso.
Al llanero solitario Sánchez aún le queda pasar por el secarral del cupo catalán, que será la siguiente parada. Pero todo vale para alcanzar el 2027 y volver a buscar la sorpresa en las urnas. Aunque haya que vender la soberanía del país a trocitos a un «xenófobo» —Pedro dixit—. Lástima que otra vez Puigdemont cuente toda la verdad: «Conseguimos las competencias propias de los Estados».