
Uno se pregunta por qué Elon (ahora que ya podemos tratarlo con mayor cercanía), lleva a su hijo a reuniones con Trump y sus secuaces. Lo primero que uno piensa es que lo lleva a jugar, pero son tan diferentes los juegos de ambos que el niño se desespera y le grita que cierre la boca. El niño no sabe jugar al juego de Trump. Podría ser que Elon lo llevase al salón oval como quien visita el zoo, pero el niño no debe de estar muy conforme con que los animales anden sueltos. El niño se llama X Æ A-12, que debe ser el santo del día de su nacimiento, como es de rigor. San X Æ A-12. Habrá que consultar a Roma la biografía del mártir, porque en mi santoral no aparece. Y me estoy estrujando las meninges para imaginar cual debe de ser el diminutivo. Lo más fácil es X Æ A-12ito. Pero no estoy muy seguro porque el de José a veces es Cheché. A lo mejor se quedan con la primera incógnita y le llaman Equisito. ¿Cómo será ser el niño de cuatro años más rico del mundo? Desde luego anticonstitucional, por la tontería de que cualquier ciudadano de los Estados Unidos puede llegar a presidente. Y poco religioso de los del amor a prójimo y otras cursiladas.
¿Irá al colegio? ¿Los otros niños le sacarán la lengua?, ¿los profesores le preguntarán cosas que no sabe, por ejemplo que dibuje una ballena?
Yo no sé si es una estrategia de distracción, pero desde la famosa fiesta infantil en la Casa Blanca, yo ya no pienso en la guerra de Ucrania. Solo tengo cabeza para el niño de Elon. Para X Æ A-12ito.