
Fue una semana dura la del Mobile World Congress. Cuatro intensos días con 30.000 personas alrededor, decenas de reuniones, pantallas y ruidos, comidas mediterráneas y también algo de ayuno intermitente por motivos laborales. Por fin llega la hora de volver a casa, pero tocan tres horas de aeropuerto. Por suerte, recuerdo, acabo de contratar recientemente una tarjeta de crédito con acceso a la sala VIP. Allá voy, a descansar un poco. Quieto ahí. Hay que darse de alta en una web. Meter los datos de la tarjeta que he contratado (vaya estupidez) y tres páginas más de formularios de datos. Realmente no es una web, son dos, salta de una a otra y se queda en blanco. Vuelta a empezar. Nada. Ya furioso, saco el portátil, a ver si era la versión móvil. Tampoco. Después de 45 minutos, desisto. Voy a la puerta de embarque y paciencia, más se perdió en Cuba.
Si esto me pasa a mí, presidente del Clúster TIC, ¿qué no le pasará a la gente mayor en su día a día en internet? Lo cierto, y todos lo sabemos, es que hay por ahí cientos de miles de páginas webs mal diseñadas o que funcionan mal o que funcionan de un modo abstruso pensado en facilitar la vida al que la hace, no al que la usa.
La inteligencia artificial (IA) representa una esperanza en este campo. Es mucho mejor hablarle o escribirle a un robot asistido por modelos de lenguaje que rellenar un formulario. Gracias a la IA, puede que la atención al cliente esté en el comienzo de una revolución de usabilidad y los mayores serán uno de los colectivos más beneficiados. Y para ello es necesario perderle el miedo y aprender a manejarnos con robots y con usuarios que emulan a seres humanos.
No solo aprender a hablarle a internet, sino también aprender las limitaciones y lo que se le puede pedir o no en cada momento de la evolución tecnológica. Una buena metáfora es la del lago poco profundo. Un agente virtual puede entender muchas preguntas sencillas, aunque se atasque cuando la pregunta se vuelve compleja o enrevesada. Pero incluso en ese caso puede tomar nuestra conversación, escucharla, transcribirla a texto y enviarla a un agente humano, con copia de vuelta para nosotros. O reconocer la foto de mi tarjeta y copiar los datos automáticamente. Veo eso mucho más usable que rellenar cuatro páginas de formularios en la pantalla del móvil en un aeropuerto. Esto me recuerda que tengo que hablar con mi banco, a ver si espabila. Todos, no solo los mayores, queremos sistemas electrónicos usables y cómodos. Y lo más humanos posible, lo que incluye hablarle en nuestro lenguaje al sistema, en vez de adaptar nuestros datos a lo que el sistema puede entender. Más allá de ello, la IA nos puede aportar formas de aprender, de mantenernos activos y de sentirnos útiles. Sin tenerle miedo, al contrario, aprendiendo a usarla podemos hacer que la IA sea una ayuda real para vivir mejor y de forma más natural.