Aulas (casi) vacías en la universidad

Manel Antelo
manel antelo CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA. PROFESOR EN EL DEPARTAMENTO DE FUNDAMENTOS DA ANÁLISE ECONÓMICA

OPINIÓN

Universitarios revisando el tablón con las indicaciones para arrancar el curso, en una imagen del año pasado
Universitarios revisando el tablón con las indicaciones para arrancar el curso, en una imagen del año pasado Miguel Villar

13 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El absentismo estudiantil en la universidad es la acción consciente y deliberada de ausentarse de las clases presenciales y que llevaría a la búsqueda de alternativas en el uso del tiempo. Esta ausencia puede tener consecuencias graves tanto en el rendimiento académico del alumnado absentista, como en la adquisición de competencias que se consideran básicas para su desarrollo personal y el correcto desempeño de las responsabilidades inherentes al ejercicio futuro de su actividad profesional.

La universidad tiene —debería tener— un papel indiscutible en la formación especializada y como mecanismo señalizador de la productividad laboral de los futuros titulados. Y el alumnado debería ser consciente de ello. Entonces, ¿por qué tanto absentismo estudiantil cuando no se pasa lista en el aula? ¡Como si el coste de oportunidad de asistir a clase fuese elevadísimo! La literatura lo achaca a aspectos relacionados con la metodología y evaluación de las asignaturas, la escasa motivación del estudiantado por el grado que ha elegido o la poca utilidad atribuida a la asistencia. Asimismo, la falta de atención en clase y la dispersión —fruto de la hiperconectividad en nativos digitales, dados a consumir material audiovisual y contenidos multimedia de fácil asimilación— favorece la falta de asistencia a las clases y la nula participación en ellas. La literatura también indica que los estudiantes reconocen de forma mayoritaria que consiguen mejores resultados de aprendizaje cuando van regularmente a clase y que asistirían más si se utilizasen metodologías que les dieran protagonismo y participación en la construcción del conocimiento.

Sin embargo, no parece darse una cosa ni la otra. Más bien, la enseñanza universitaria se ha convertido en una suerte de aparcamiento para muchos jóvenes escasos de motivación y sin un propósito ni un proyecto educativo claro. Si añadimos un modelo social en el que la dependencia familiar se prolonga indefinidamente, como una especie de contrato fijo que garantiza las necesidades básicas y permite a los jóvenes eludir el riesgo, la falta de compromiso y esfuerzo se agranda porque los posibles fracasos no tienen efectos. Por si fuera poco, la regulación universitaria con un sinfín de «leyes de ordenación» ha conformado una realidad formativa con una amplia oferta de opciones, itinerarios, diversificación de tareas, nuevas exigencias y cambios metodológicos a los que se ha tenido que enfrentar el estudiantado y que ha desembocado en niveles sonrojantes de absentismo, fracaso y abandono.

En definitiva, detrás del absentismo estarían las dificultades para cumplir con las exigencias del plan de estudios, la escasa motivación, la falta de correspondencia entre expectativas y realidad formativa o la desorientación vocacional con la que muchos estudiantes llegan a la universidad. Exceptuando algunos grados, se podría establecer una relación causal que comienza con la entrada en la universidad de estudiantes sin un mínimo interés por los estudios elegidos y sin un proyecto que guíe su formación, lo cual se sustancia en un escaso grado de compromiso y un elevado absentismo. Ello hace difícil cumplir con los requisitos de las titulaciones y redunda en fracaso, prolongación o abandono de los estudios. A la postre, en escaso conocimiento de los contenidos básicos del grado cursado. Ergo, ¿reflejamos la realidad cuando se habla de sobrecualificación? ¿No deberíamos referirnos más bien a sobreacreditación? No son sinónimos.