Derivas

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer I Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Jim Urquhart | REUTERS

13 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo que nos ha permitido tener una esperanza de vida insólita hace unas décadas no han sido los grandes avances tecnológicos ni la sofisticación de la medicina, sino cuatro factores capitales para la salud: la higiene, la alimentación, los antibióticos y las vacunas. Cualquiera de ellas ha salvado tantos millones de vidas como muertos ha causado a lo largo de la historia.

El secretario de Salud de EE.UU., Robert F. Kennedy Jr., conocido antivacunas que proponía tratar el sarampión con aceite de hígado de bacalao y vitamina A, ha tenido que asistir al funeral del último niño fallecido por la enfermedad. ¿Cómo es posible que en el momento de mayor información y acceso al conocimiento que ha vivido la humanidad estemos presenciando estas insensateces? Aparecen movimientos ísmicos que cuestionan una alimentación variada y saludable, generando epidemias de trastornos de la alimentación, obesidad, veganismo, vegetarianismos, ayunos intermitentes y dietas monótonas de las cosas más insólitas, cuyo único aval son informaciones de internet y una plétora de gurús y orientalismos mal entendidos.

La falta de higiene y el relajamiento de medidas protectoras frente a las enfermedades de transmisión sexual han hecho repuntar su incidencia, cada vez a edades más tempranas. La gente utiliza los antibióticos de forma indiscriminada como si fueran un analgésico cualquiera, generando resistencias bacterianas que cada día siegan más vidas. Proliferan los negocios en torno a las mascotas —que ya son más que los bebés humanos—, junto a una tasa de natalidad en caída libre y aumento de bebés probeta y subrogados. La medicina preventiva nada puede hacer frente a tanta gente que parece fiar su salud a que los avances de la medicina se harán cargo de su irresponsabilidad, a un «yo me despreocupo y, si eso, ya se ocuparán los médicos».

Cuesta entenderlo si no ampliamos el foco y vemos que estas derivas se han desarrollado en una sociedad infantilizada (quizá por exceso de información y entretenimiento), donde cada vez es más difícil encontrar adultos de verdad que se responsabilicen de sus actos. Decía Aristóteles que «el pensamiento determina la acción, la acción determina el comportamiento y el comportamiento repetido crea hábitos. Los hábitos estructuran el carácter, nuestra forma de pensar, ser y actuar como individuos. El carácter marca el destino».

La deriva actual nace del pensamiento débil que las nuevas filosofías están imponiendo y que, si nada lo remedia, nos aboca a un destino más que incierto. Nada que esperar de mandatarios que se dirigen a un mundo que les «besa el culo» o acarrean meretrices para disfrutar de la pandemia. Carpe diem.