
Desde el inicio de su apertura económica en 1978, la República Popular de China ha vivido cambios singulares. El largo viaje desde la planificación centralizada establecida por Mao Zedong, prácticamente autárquica, hacia una economía orientada al mercado siguiendo las directrices de Deng Xiaoping, ha situado al gigante asiático en el segundo puesto de la economía internacional. Bajo la dirección de Mao se prohibió la propiedad privada, se convirtió a los empresarios y a los terratenientes en criminales y el Estado se hizo con el control del mercado. El segundo plan quinquenal que tenía que poner en marcha el «gran salto» de 1958 a 1962 para convertir China en una gran potencia industrial supuso el traspaso forzoso de los recursos de la agricultura a la industria pesada, provocando una gran hambruna de la población, lo cual, unido a las purgas masivas practicadas con la denominada Revolución Cultural iniciada en 1966, sometió el país a grandes penurias.
Este deterioro fue frenado tras el fallecimiento de Mao en 1976 y el posterior ascenso al poder de Xiaoping en 1978. Dado que la planificación central no podía eliminarse de golpe, bajo su mando se llevó a cabo un desarrollo progresivo del entorno rural y la agricultura con la creación de empresas en los pueblos y ciudades. El establecimiento de zonas especiales de economía en las áreas costeras pavimentó la transformación de China en uno de los principales jugadores en el comercio internacional. Los precios fijos estatales comenzaron a competir con los del libre mercado, lo que hizo que, en 1987, durante el 13 congreso del Partido Comunista, se aprobara la constitución de empresas privadas. Sin embargo, el alza de la inflación en 1988 y la expansión de la corrupción hizo que el descontento cristalizara en las protestas en Tiananmen de 1989. Tras un período de represión, la economía volvió a arrancar en 1992 con la liberalización de los precios y la relajación de las restricciones al comercio internacional.
Con todas sus deficiencias, la ligera ralentización comercial tras décadas de crecimiento exponencial y las taras de la fuerte centralización, China es un pilar crucial de la economía mundial, cuya fortaleza no va a verse sacudida por la absurda presión arancelaria de Trump. La estrategia del asesor estadounidense Navarro no va a funcionar porque Pekín lleva ocho años preparándose para esta contingencia y, además, controla gran parte de la deuda norteamericana. En este pulso de titanes, la cuestión no es quién cederá, sino cuánto tardará en hacerlo.