
«Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo». Así terminaba la homilía del papa Francisco leída este domingo por el cardenal Ángelo Comastri durante la Misa de Pascua en el Vaticano.
¡Cristo ha resucitado, está vivo! Para los cristianos, en este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida, como tantas veces predicó a lo largo de su vida Jorge Bergoglio.
He de confesar que estoy aturdido y que me invade una profunda tristeza por la muerte del papa Francisco. Para mí, Francisco ha sido mucho más que el máximo responsable de una gran institución, un líder de escala planetaria o la cúspide de la jerarquía eclesial: ha sido una figura paternal, el maestro en el que uno puede depositar toda su confianza con absoluta tranquilidad, quien con su vida —sencilla y austera— apuntó de manera especial hacia Jesús de Nazaret. Ha sido el papa del pueblo. Y por eso, como si intuyera que su final estaba ya muy próximo (no sería el primer enfermo que lo intuye, se lo aseguro), haciendo un gran esfuerzo, anteayer se despidió de ese pueblo que abarrotaba la plaza de San Pedro, primero desde el balcón de la basílica y luego recorriendo la plaza en el papamóvil.
Ha sido el papa de ese «todos, todos, todos» pronunciado con rotundidad en Lisboa durante la Jornada Mundial de la Juventud del 2023, cuyo pontificado giró en torno a una idea esencial: soñar y trabajar juntos por una justicia fraterna, por una cultura del encuentro, dando voz a los descartados y promoviendo la esperanza en un mundo que ensancha las brechas de la desigualdad, un mundo cada vez más hostil. En este sentido, quisiera destacar el documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común firmado en el 2019 junto con el Gran Imán de Al-Azhar, durante su viaje a Emiratos Árabes Unidos, y la iniciativa Scholas Ocurrentes, puesta en marcha hace más de diez años.
Ha sido un papa con un gran sentido del humor, como he tenido la suerte de comprobar personalmente. De hecho, con frecuencia invitaba a los creyentes a no tener cara avinagrada y recomendaba rezar la oración de Santo Tomás Moro, algo que él hacía todos los días, y que empieza y termina así: «Concédeme, Señor, una buena digestión, pero también algo que digerir (…) Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás». Gracias a Dios por ti, papa Francisco, y por tu pontificado. Nos toca seguir rezando —sencillamente— por ti y contigo, por la Iglesia y por tu sucesor, como tantas veces nos pediste.