Francisco, desmitificador

OPINIÓN

Zapatones en vez de sandalias rojas. Apartamento en vez de palacio. Catequesis en vez de discursos. Mujeres en la curia en vez de solo varones. «Ellas gobiernan mejor», Francisco dixit.
De la inicial fraternidad eucarística de los seguidores de Jesús se pasó al mito, a los mitos cristianos. Del mito, al dogma. Del dogma, al poder, a la riqueza y al dominio. De por medio, unos emperadores que necesitaban incrementar y reforzar un amplísimo imperio en descomposición. No es el caso de repasar la historia, particularmente del bajo Medievo y el Renacimiento.
Francisco vino a romper mitos. Se enfrentó con algunos y logró romperlos. Se amilanó ante otros. Era consciente de la fuerte oposición, no solo de jerarcas.
Desvirtuó el temible Santo Oficio de Ratzinger con la consecuente libertad ideológica de los teólogos. Otorgó dignidad a divorciados y homosexuales. No se opuso a la anticoncepción. Defendió a inmigrantes y a católicos. Prohibió a los misioneros hacer proselitismo. Alejándose de sus inmediatos predecesores, no se creyó poseedor de la total verdad religiosa. Priorizó los hechos sobre los razonamientos. La conducta, sobre las creencias.
Me lo dijo el cardenal Jozef Tomko, antiguo colega mío en el Vaticano. Francisco intentó superar la prohibición, impuesta por Juan Pablo II, del acceso de mujeres al sacerdocio. Lo hizo estudiar discretamente a teólogos y a su curia. Es más, Francisco pidió un dictamen para nombrar «cardenalas» a algunas mujeres. Alternativamente, se planteó la abolición del Colegio Cardenalicio y estructurar nuevas normas más democráticas de la elección del papa.
Nada de esto llegó a término. La oposición de determinados eclesiásticos fue brutal. Aun así, nombró para su curia a valiosas mujeres que actualmente ocupan cargos directivos. Constituyen la punta de lanza del trato igualitario de género dentro de la Iglesia.
En un artículo publicado hace cinco años, La cuestionada reforma de Francisco, propuse veinte reformas desiderátums que el papa habría podido realizar o, al menos, plantear. Además de las apuntadas más arriba, anotaba otras varias. Entre ellas, la revisión de las canonizaciones, la reinterpretación de los dogmas definidos, los poderes personales papales, su duración vitalicia en el cargo, la concepción de la sexualidad, el celibato eclesiástico, la desclericalización, el bautismo de los infantes, las indulgencias, la permanencia del Estado de la Ciudad del Vaticano.
Estoy seguro de que algunos de estos temas, si no todos, han estado en la mente de Francisco. Difícil tarea es revisar y limpiar una institución bimilenaria que lleva sello de dogmática. Francisco era el adecuado líder que podía enfrentarse a muchos de esos retos. Bastaría poner por delante los derechos humanos. Esos derechos que, sin duda alguna, buscaba Jesús de Nazaret y por cuya proclamación fue crucificado.