
De todas las reacciones al apagón general en España y Portugal, me quedo con aquellas que tienen una visión happy flower del fundido en negro: fue maravilloso, los bares y terrazas estaban llenos, la gente se lanzó a la calle y a las playas a disfrutar del magnífico día... Qué más dan los cinco muertos —Pedro Sánchez dijo ayer que «mueren más de 8.000 personas por el cambio climático», con lo cual también podríamos minimizar las víctimas anuales en accidentes de tráfico o por violencia de género, que no llegan a esa cifra—; qué importan las pérdidas millonarias para muchas empresas, los miles de personas que se quedaron tiradas en estaciones y aeropuertos, los que se pasaron horas atrapados en ascensores, la incertidumbre de no poder comunicarte con tus familiares; para qué hablar del descrédito internacional de un país cuyo presidente, hace dos telediarios, decía que «no va a haber apagones de electricidad (...) ni esas escenas apocalípticas que evocan las bancadas de la derecha y la ultraderecha junto con los medios de comunicación», y que el día después del mayor corte de luz en la historia de España afirma —por boca interpuesta de su presidenta en Redeia, a la que enchufó en el puesto— que «tenemos el mejor sistema eléctrico del mundo».
Luego están quienes valoran muy positivamente la desconexión digital forzada que permitió el blackout, sin televisión, ni internet, ni redes sociales... Volver a conversar a la luz de las velas, conectar con nuestro yo interior, sin prisas, sin pantallas... Pues lo tienen muy fácil: que reciclen su móvil (punto limpio, no vale ninguno de los cinco contenedores de colores) y vuelvan al transistor a pilas.
¿Y las causas? El Gobierno no sabe/no contesta. Es un misterio, quizá haya que recurrir a Cuarto milenio o resucitar al doctor Jiménez del Oso. Tardará mucho tiempo en saberse, dicen algunos. El tiempo lo cura todo, bien lo sabe Sánchez, acostumbrado a surfear en la ola de un escándalo que tapa a otro, y a otro, y a otro... Mientras, en la barra del bar, cualquier cuñado sabe que el apagón, tecnicismos aparte, se produjo por el coitus interruptus del frenesí renovable de Teresa Ribera, Aagesen y compañía. Y por no querer inyectar en la red la viagra de la energía nuclear.