
A partir de los 40-45 años, muchas personas comienzan a notar que leer de cerca ya no resulta tan sencillo como antes. Tienen que alejar el libro o el móvil, forzar la vista o recurrir a gafas de lectura. Lo que les está ocurriendo se llama presbicia, y es una condición visual tan común como inevitable que responde al envejecimiento natural del ojo. Actualmente, se estima que 1.800 millones de personas alrededor del mundo tienen presbicia.
La presbicia o vista cansada puede aparecer antes o después, según factores como la genética, la actividad diaria o si ya se tenía miopía o hipermetropía. El responsable de esta pérdida de enfoque cercano es el cristalino, que es una lente interna que en nuestra juventud es flexible y se adapta con facilidad a diferentes distancias. Con el tiempo, esa flexibilidad disminuye, lo que impide enfocar correctamente los objetos cercanos. Es un proceso fisiológico, no una enfermedad, y forma parte del envejecimiento ocular normal.
Lo interesante es cómo ha evolucionado su corrección. Durante décadas, las soluciones pasaron por lentes monofocales para cerca, o por lentes progresivas que permiten ver a varias distancias sin cambiar de gafas, aunque no siempre resultaban cómodas desde el principio. Pero los cambios recientes han ido más allá, sobre todo con la incorporación de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial. El uso de IA en el diseño de lentes supone un avance no solo en precisión, sino en capacidad de personalización y comodidad. Por primera vez, se están desarrollando modelos visuales personalizados que tienen en cuenta no solo la graduación del usuario, sino también cómo se mueve su mirada en la vida real. Y es que nuestros ojos pueden realizar más de 100.000 movimientos al día en todas las direcciones, tanto de cerca como de lejos. Esto se debe, en parte, a la sobrecarga informativa que recibimos a diario y a la interconexión entre pantallas.
Para desarrollar esta nueva tecnología analizamos más de un millón de puntos de datos recopilados de 6.500 usuarios reales, algo que nos permite anticipar comportamientos visuales y ajustar el diseño óptico para ofrecer una mejor experiencia. La inteligencia artificial nos dice cómo se comporta el ojo humano en movimiento y frente a diferentes estímulos visuales, de ahí creamos estas nuevas lentes que son capaces de ofrecer una experiencia visual más fluida, natural y precisa.
Este nivel de precisión es posible gracias a la combinación de datos y tecnología de escaneo digital que define un perfil visual único para cada usuario. Es como si las lentes aprendieran cómo vemos y se ajustaran a nuestra forma personal de mover los ojos ofreciendo una transición más fluida entre distancias, una visión más estable incluso en movimiento y una adaptación más rápida. Para muchas personas, eso se traduce en menos esfuerzo al leer, trabajar con pantallas o conducir, actividades donde los cambios de enfoque son constantes.
Más allá del impacto práctico, este desarrollo abre una puerta interesante para la optometría: podemos comenzar a entender el ojo no solo desde sus características físicas, sino también desde su comportamiento dinámico. Y eso nos acerca a soluciones más precisas y centradas en la persona, no solo en sus dioptrías.
En consulta, aún sigue sorprendiendo la cantidad de personas que desconocen qué es la presbicia o que la asumen como algo para lo que hay que resignarse. La realidad es que, hoy más que nunca, hay opciones que permiten seguir viendo bien en todas las etapas de la vida, sin renunciar a la comodidad ni a una buena calidad visual.
En un entorno en el que nuestros ojos están más exigidos que nunca —pantallas, multitarea, cambios constantes de enfoque—, tener soluciones que se adapten a ese ritmo es clave. Y si algo nos enseñan estas nuevas tecnologías, es que la visión también puede beneficiarse de los avances digitales, siempre que los pongamos al servicio de las necesidades reales de las personas.