
Como integrante de la Generación X he vivido todas las etapas de la historia de los videojuegos desde el mítico Pong —dos palitos a los lados de la pantalla y una minúscula bolita-píxel, que simulaba una partida de tenis de mesa—, desarrollado en 1972 por Atari para máquinas de arcade: aquellos mamotretos que había en los salones recreativos y los bares y en los que teníamos que introducir una moneda (de 25 pesetas) para jugar. Pronto aquel pasatiempo llegó a los hogares con las primeras videoconsolas y en 1980 Nintendo lanzaba las Game & Watch, una serie de consolas portátiles que para los niños de la época —las llamábamos «maquinitas»— tenían el mismo poder de atracción que los móviles y las redes sociales hoy en día. En fin, cuentos del abuelo Cebolleta.
Durante décadas, las consolas «de salón» y las «de bolsillo» transitaron por caminos separados, teniendo Nintendo prácticamente el monopolio de estas últimas (Game Boy, Nintendo DS...), hasta que en el 2012 la compañía nipona presentó la Wii U, sucesora de la Wii original. Aunque fue un fracaso, su mando con pantalla fue el germen de la Switch, que apareció solo un lustro después y va camino de convertirse en la consola más vendida de la historia: 152 millones de unidades, frente a los 154 de la DS y los 160 de la PlayStation 2. La Switch unió los dos mundos, puedes llevarla en la mochila y jugar en cualquier parte o conectarla a la tele y disfrutar en una pantalla de 60 pulgadas y alta definición.
El 5 de junio se pone a la venta la segunda versión de esta máquina híbrida, que hace pocos día pude probar en un evento exclusivo. No voy a repasar aquí todas las características, que ya publicó en estas páginas Tamara Montero, pero sí destacar algunas cosas: a pesar del aumento de tamaño se maneja igual de bien; el panel, aunque no es OLED, tiene mucho brillo y se ve genial, y los gráficos son fluidos; en el televisor, la resolución 4K y los 120 fps (cuadros por segundo) hacen que contemplemos el reino de Hyrule como nunca; el soporte trasero sigue siendo endeble; los mandos se pueden sacar y utilizar como un ratón para minijuegos (el punto friki); y Mario Kart World es tan adictivo como el resto de la franquicia. En cuanto al precio (469 euros), que es lo que cuesta un smartphone de gama media, no me parece disparatado: hay millares de móviles iguales y esta consola es única.