
Imaginen que tienen 16 años
Me gustaría que imaginéis por un solo instante que volvéis a tener 16 años. Os levantáis, os vestís, salís de casa rumbo a otro día cualquiera de clase. Pero al llegar al aula del colegio o del instituto, no estáis pendientes de la lección del profesor. No. Vuestra atención está en otra parte: en los gestos, en los susurros, en las miradas que no siempre se cruzan, pero que se sienten. En saber si hoy alguien hablará mal de ti, si te insultarán, si tendrás que hacer el doble de trabajo porque ningún grupo quiere trabajar contigo, si lograrán que otros se alejen, como si acercarse fuera contagioso. O si alguno decidirá seguirte hasta el baño, no para hablar, sino para intimidar de una manera despiadada.
Y mientras todo esto ocurre, las clases de los profesores, que deberían tratar sobre análisis en Matemáticas o Equilibrio químico en Física y Química, se desdibujan. Porque algunos no están para enseñar, sino para ignorar. Para manipular calificaciones, insultarte, faltarte al respeto, hacerte sentir que no eres nadie. Para grabar conversaciones sin tu consentimiento, poner en duda informes elaborados por profesionales del ámbito sanitario. Para cuestionar el testimonio de una alumna, aun cuando ven con sus propios ojos lo que sucede en sus aulas. Todo lo hacen con el fin de proteger a sus familiares por encima de cualquier cosa, incluso ante una situación de acoso escolar. Llegando a afirmar, incluso, que si no lo cuentas, será mejor para la víctima.
Todo esto viene acompañado de falsedad documental, de tutorías que no conducen a nada, de una dirección que muestra una cara a las familias y otra distinta a inspección educativa. Y aunque pueda parecer difícil de imaginar, esto fue lo que viví, día tras día, en un colegio de A Coruña.
Esto no es una denuncia ante la opinión pública. Es simplemente un testimonio que tal vez sea mío, o tal vez sea el de muchos. Eso es lo de menos. Porque lo importante es que no se pierda. Que no se calle. Porque volver a tener 16 años, para algunos, no es volver a una época dorada. Es abrir una puerta que aún duele demasiado. María Cortés.
No poder alquilar un piso en mi ciudad
Cada vez es más común que los jóvenes persigan una vida nómada. Viajar por el mundo mientras trabajas en remoto se ha convertido en un ideal. Si bien, es cierto que las nuevas formas de trabajo o el aumento de contratos freelance está permitiendo que cientos de personas dejen su ciudad para embarcarse en este tipo de aventura, incluso fuera de las fronteras. Yo me pregunto, ¿es una moda, o tendrá algo que ver que no nos podamos permitir independizarnos en nuestro propio país?
Mucha gente criticará esta forma de vida, pero es una realidad que está enfrente de nosotros. Somos jóvenes y la necesidad natural de salir de casa de tus padres, o de dejar de compartir piso con cinco personas más, nos empuja a buscar ese espacio propio lejos del lugar en el que crecimos. Lucía Martínez Gómez. Madrid.
Genocidio
A todos aquellos que tan alegremente acusan de genocidio a la limpieza étnica que las tropas israelíes están llevando a cabo afanosamente, y con dedicación intensiva, en Gaza, yo les pregunto: ¿qué pruebas tienen? Me quieren decir ustedes que demoler la Franja de norte a sur, y de este a oeste, para instalar un futuro complejo turístico que revitalice la zona… no es genocidio? ¿O que invitar amablemente a la hereje población autóctona de negruzca piel a que se vayan de vacaciones sin billete de vuelta… no es genocidio? ¿O que segar la vida de miles de niños y niñas que apenas iban a la escuela… no es genocidio?
Por favor, lean el diccionario de la RAE. Genocidio es el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. ¡Caray, pues quizás si se esté cometiendo un genocidio! F. Javier Santos. Porto do Son.