
Dibujar un horizonte de expectativas exageradamente altas puede ser a veces el preludio de una gran decepción. Algo de eso apremia a TVE y a La familia de la tele para buscar debajo de las piedras un apoyo consistente, a la altura del despliegue de medios con el que desembarcó en la cadena pública este vástago del viejo éxito de Telecinco. La fanfarria del desfile inaugural organizado en su primer episodio espantó a sus detractores, pero hacía presagiar a sus seguidores un derroche de alegría y diversión para las sobremesas de La 1. El primer aviso llegó en la mañana del segundo día, cuando los medidores de audiencia señalaron que los espectadores habían volado a otra parte la tarde anterior.
Programa a programa, La familia de la tele ha intentado demostrar que detrás de aquella cabalgata surrealista había una idea ponderada y un proyecto calculado, basado en hacer compañía a un público que aún hoy sigue ausente. A este lado de la pantalla, sus bandazos se han ido convirtiendo en una burbuja de improvisación y un banco de pruebas en directo. El viejo Sálvame, que lo fue todo en la programación de las tardes de Mediaset, va ya por su tercer intento de reinvención. Después de su paso de puntillas por el canal minoritario Ten y su docuserie en Netflix, ahora vive su verdadero Sálvese quien pueda.