La estatua de sal en la tormenta

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Alberto Estévez | EFE

08 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Navegando por la tormenta de escándalos que no para de arreciar, el presidente Sánchez se yergue como un joven Ahab pilotando la nave del Estado. Navega por aguas turbulentas, azotado por huracanes de crisis y corrientes de traiciones y descontentos. Las olas gigantescas y fétidas de la corrupción golpean la nave escorándola a babor y a estribor, amenazando con inundar la bañera de la embarcación.

Ante tal situación, lo que se espera de él es una reacción enérgica: vociferar órdenes, ordenar achiques, emitir comunicados tranquilizadores, arriar velas, soltar lastres.

Pero nada de eso ocurre, el Capitán Sánchez parece una estatua de sal, se mantiene rígido, impasible en el puente de mando, la mirada fija en el puerto de las elecciones sin pronunciar una sola palabra. Sus labios finos y crispados no emiten órdenes, ni condenas, ninguna explicación, solo un impasible: ¡adelante a toda máquina! El silencio salado que muestra parece de una inmovilidad calculada, como si la sal que lo ha petrificado fuera la misma que corroe las cuadernas del barco. Las olas de corrupción vapulean la nave pero el capitán no reacciona, no desmiente, no asume, ni siquiera ofrece una señal que marque una estrategia de salvación.

Mientras el buque sigue recibiendo el impacto de las olas de escándalos, la tripulación (la opinión pública, las redes, los propios miembros del partido y del Gobierno) mira perpleja a su capitán inerte. Este mutismo genera una sensación de abandono, de que el barco va a la deriva, mientras la figura de autoridad que debiera ejecutar una maniobra de salvación se mantiene impasible, no se sabe si buscando una estrategia que no encuentra o bloqueado por la magnitud de la tempestad. A lo sumo acierta a mandar arrojar por la borda los cadáveres que se acumulan en la bodega.

Mudo ante la magnitud de los escándalos, incapaz de reaccionar, como si los secretos que la sal oculta bloquearan cualquier estrategia o arenga a la tripulación. Arriesgándose a que la sal siga corroyendo el buque y a él mismo, sin corregir rumbos, y el barco se vaya llenando de esa agua fétida hasta que sea demasiado tarde para salvar la travesía.

Más abajo, una orquesta de opositores, con hombres y mujeres engalanados, matones de taberna, conspiradores, bufones, meretrices de lujo, tahúres y ventajistas del siete y medio, siguen apurando sus ambiciones convencidos de que, tarde o temprano, el Capitán sacará un rumbo de su chistera y llegarán a buen puerto.

Oscar Wilde decía: «En este mundo solo hay dos tragedias. Una es no conseguir lo que se desea, y la otra conseguirlo. La última es la peor».

Así que a toda máquina hasta el desastre total.