
Tengo 91 años y caminé mucho para ir a la escuela
Fui una niña de aldea, tímida, pero muy estudiosa. Entré en la escuela a los siete años porque antes no había sitio. Era la número 87. Doña Elisa, la profesora, me inculcó sus valores, sus dotes y en la ansia de saber. Llamó a mis padres para decirles que era una pena que no me mandasen a la Academia de Pontedeume, pero yo vivía a siete kilómetros de la misma, en el Ayuntamiento de Vilarmaior, parroquia de Doroña. Yo quería ser como mi maestra.
Empezamos tres niñas, luego quedamos dos y posteriormente yo sola. Entonces tuve que quedarme en Pontedeume, pero venía todos los fines de semana a casa de mis padres. Cuando terminé cuarto de bachillerato podía hacer el ingreso en Magisterio, pero salió la ley de ciencias o letras y vi el cielo abierto.
En el verano hice el ingreso a la normal y una asignatura de primero para poder estudiar por libre en Pontedeume. Aprobé segundo curso, y tercero ya lo hice en A Coruña. Solo suspendí una vez Matemáticas (no era lo mío). Me preparé para las oposiciones del 46. No se celebraron y aprobé en el 48. Mi primera escuela fue en San Jorge de Moeche. Iba desde Doroña, mi aldea, hasta Campolongo, cinco kilómetros, para coger el Oriente, que era el coche que iba de A Coruña a Viveiro. Luego, en Balocos me bajaba y hacía otros cuatro o cinco kilómetros. El primer año de interna había que pedir traslado forzoso y fui para San Sadurniño. Allí estuve tres cursos y pedí traslado para Queixeiro, cerca de la casa de mis padres. Tenía que andar otros cinco kilómetros y así caminando siempre. Se ganaba poco y yo no quería pedir les a mis padres porque la economía era de subsistencia. Bastante habían hecho. El sueldo daba para comer y pagar fonda, si no había vivienda. Yo sí la tenía, pero era en medio de la nada. No me atrevía a quedarme sola. Cuando me encontraba con ánimo, me iba a casa de mis padres y vuelta a caminar. Así hasta que me casé y estuve tres años de excedencia en Cartagena. Allí tuve a mi hijo mayor. Cuando mi marido vino para Ferrol, regresé porque los padres de mi marido cuidaban a los niños y volví a trabajar en Ibáñez Martín.
Aquí terminé mi vida profesional. Caminé mucho, pero no me siento traumatizada. Fui feliz con los niños y llegué a ser como doña Elisa, mi maestra, de la cual tengo un grandísimo recuerdo.
Y aunque soy mayor, tengo 91 años, me siguen gustando los niños como de joven. Tengo tres hijos, tres nietos y dos nietas. Los adoro y ellos a mí también. Rosarina García Varela. Ferrol.
Cinco horas con Marca
Hoy mi familia despide a nuestro perro Marca después de más de once años de maravillosa convivencia. Como se trata de una muerte programada, dediqué buena parte de la última noche a
musitar, junto a su cuerpecito exhausto, tantos momentos compartidos como pude recordar. Tal situación me transportó, por analogía, a la exquisita novela Cinco horas con Mario y a la singular tesitura de sus protagonistas, Carmen y Mario. Pero a diferencia de la celebérrima obra de Delibes, en mi monólogo no hubo lugar para el reproche, el rencor, el desprecio o la desconfianza. Solo espacio para el agradecimiento, el perdón, el cariño y la fidelidad. Posiblemente, porque uno de los dos es ajeno a la condición humana. Quiero pensar que casi todos los propietarios de animales tienen sentimientos parecidos a los míos. Por eso es mi deseo que estas líneas sirvan de homenaje no solo a ti, querido Marca, sino también a todas las mascotas del mundo. Rafael Lago Santamaría. Pontedeume.