Por Madrid, donde ando cerrando la larga feria de las vanidades literarias, imperan la coquetería intelectual de los escritores de moda y las largas aglomeraciones de lectoras y lectores cinegéticos al rececho de sus autores preferidos. Estos son en realidad lectores de un solo libro. Tanta feria para nada. En cambio, fuera de la feria, las aglomeraciones las provoca Pedro Sánchez, el único español honrado, como publicaba ayer un periódico humorístico. Aglomeraciones a favor y en contra. Los de estas últimas, a veces, se pueden confundir con los forofos del fútbol porque ondean la bandera española y acaban por ningunearla. Una bandera no puede ser una pancarta, no puede ser transportada como un paraguas. Tiene que tremolar al viento (sea lo que sea que esto signifique, que aquí no estamos para semántica, sino para grandilocuencia). La crisis de los ladrones es obviamente una crisis política, porque el que administra el dinero se queda con una parte. Aquí y en China. Lo que pasa es que en China lo ejecutan. Pero no es una crisis patriótica. Por la patria se ha robado a mansalva —y no digamos ya por la patria catalana—.
En la calle Ferraz, donde residen el PSOE y mi hija mayor, la que vive en Madrid, veo grandes aglomeraciones de tres grupos de gente: aquellos a los que preocupa que la caída del jefe los arrastre a ellos, los que reclaman por la patria la caída del susodicho y la policía. Este último grupo es el más tranquilo. Y al final va a ser que también es el más sensato.