José Antonio Redondo: el legado de un hombre bueno

María Cadaval PROFESORA DE ECONOMÍA APLICADA EN LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

OPINIÓN

pilar canicoba

30 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«La vida es una sucesión de circunstancias impredecibles y no planificadas que, a veces, llamamos casualidades. A menudo pensamos que podemos planificarla y controlarla, pero la realidad es que son precisamente esas circunstancias inesperadas las que terminan marcando —e incluso poniendo fin— a nuestro camino». Estas palabras, que José Antonio Redondo compartió conmigo durante un almuerzo preparatorio para el homenaje que, hace apenas un año, le rendimos en Fonseca, cobran hoy un significado especial. José Antonio Redondo nos dejó de forma repentina, confirmando tristemente esa visión lúcida con la que entendía la vida: como un camino lleno de incertidumbres, pero también de sentido, esfuerzo y compromiso. Su pérdida supone una profunda conmoción para la comunidad universitaria, para las instituciones públicas en las que desarrolló su labor, y para todas las personas que, de algún modo, tuvimos el privilegio de conocerle, quererle, aprender de él y trabajar a su lado.

Nacido en Lugo en 1951, su infancia estuvo marcada por la poliomielitis —la primera de muchas «casualidades»—, que puso de relieve su fortaleza y precocidad intelectual. Su interés por las matemáticas le llevó a estudiar Ciencias Económicas y Empresariales en Santiago, desoyendo el camino tradicional de Medicina o Derecho, e incluso convenciendo a su madre de la validez de su vocación.

Su pasión por el saber y la docencia se reflejó en una brillante carrera académica que, tras una estancia en la Universidad de California, culminó con la obtención de la cátedra. Profesor vocacional por accidente —gracias al impulso de sus maestros, Camilo Prado y Andrés Suárez—, se convirtió en uno de los pilares fundamentales en la creación del grado de Administración y Dirección de Empresas, así como del Departamento de Economía Financiera y Finanzas de la Universidade de Santiago de Compostela. Lo hizo con rigor, visión estratégica y una extraordinaria capacidad para formar equipos sólidos y comprometidos. Sin embargo, para José Antonio, el verdadero éxito no residía en los títulos ni en los cargos, sino en las personas: en las generaciones de estudiantes y compañeros a quienes ayudó a crecer, y que siempre consideró su legado más valioso.

Una colaboración puntual con la Administración autonómica derivó en una década clave al frente del Instituto Galego de Vivenda e Solo, donde aplicó su conocimiento a problemas reales, liderando algunos de los proyectos más ambiciosos en vivienda pública. Tras su regreso a la universidad, donde retomó con entusiasmo la docencia y la dirección de su departamento, fue nombrado conselleiro maior del Consello de Contas de Galicia. Desde allí demostró un firme compromiso con la transparencia y el buen gobierno, impulsando reformas innovadoras en prevención de la corrupción. Siempre rodeado de equipos a los que respetaba y de los que se sentía parte, ejerció la responsabilidad pública con humildad y espíritu de servicio.

Tras su jubilación en julio del 2023 —coincidiendo con el día de su 72 cumpleaños—, José Antonio se dedicó plenamente a lo que más quería: su compañera de vida, María Elena, sus hijos y sus nietos y nietas, de quienes hablaba siempre con orgullo y ternura. La última conversación que mantuve con él, la noche del viernes, fue precisamente para celebrar un nuevo éxito profesional de uno de sus hijos, que compartía con inmensa alegría.

Aunque apartado de la vida institucional, mantenía su mente activa y llena de proyectos, entre los que destacaba un diccionario gallego-portugués de términos económicos: una iniciativa que reflejaba su galleguismo sereno, comprometido y coherente.

José Antonio Redondo fue mucho más que un profesor o un alto cargo de la Administración autonómica. Fue un maestro con mayúsculas, un referente, un amigo leal, un padre y abuelo orgulloso, y, sobre todo, una buena persona. Deja un legado de sabiduría, servicio público y afecto que permanecerá entre nosotros mucho más allá de su tiempo.