
En teoría, las redes sociales nacieron para conectar gente. Para retomar viejas amistades perdidas o para que personas con intereses o gustos afines de cualquier punto del planeta pudieran contactar.
En la práctica, han servido para eso y para mucho más. Para hacer multimillonarios a un puñado de megalómanos obsesionados con la inmortalidad. Para poner en peligro la salud mental de muchos jóvenes. Y para amenazar a las democracias. Recuerden, Donald Trump nunca hubiera sido elegido presidente sin redes sociales o sin ciudadanos enganchados a la televisión.
¿Dónde quedaron aquellos fines originales? Serán una nota a pie en los futuros libros de historia. Ahora que la jovencísima TikTok tiene 22 millones de usuarios en España, conviene echar un vistazo a las redes que emergen, a las plataformas que pueden convertirse en dominantes. Y ahí llama la atención Status AI, en apariencia similar a Twitter, pero en el fondo muy distinta. ¿Por qué? Porque está llena de bots, de perfiles creados con inteligencia artificial. El usuario humano solo interacciona con gente de mentira, que puede seguir su cuenta, comenta sus publicaciones o darle un me gusta. ¿Cuál es la gracia? Vivir una vida alternativa y simular que tienes éxito. O aparentar que no estás solo. Cuidado, puede enganchar.