
Los seres humanos somos una especie que camina. Por eso, el caminante nace, no se hace, más o menos. Somos caminantes, una categoría antigua y honorable. Hablar de caminar nos remite a nuestra esencia más íntima y originaria como especie. La antropología nos dice que somos nómadas, aunque, después del neolítico la especie humana pasase a ser sedentaria.
De los más de 600 músculos del cuerpo humano, casi todos están activos mientras caminamos.
Caminar es lo más simple que la especie humana puede hacer. No se necesita ninguna clase de tecnología para caminar: incluso se puede caminar descalzo.
Caminar es un ejercicio que no depende de nadie y nadie lo tiene que autorizar, cosa que pasa en poquísimas actividades que podemos practicar los seres humanos.
Andar tiene un impacto notable y positivo en la salud del cuerpo y en la del intelecto. Es la intervención más eficiente como antidepresivo, más incluso que algunos fármacos. El ejercicio físico actúa directamente sobre el hipocampo, una región cerebral que participa, entre otras cosas, en el aprendizaje, la memoria, en la orientación espacial y en la generación de nuevas neuronas.
Los beneficios de caminar dependen de cómo se camine. El máximo beneficio se obtiene cuando el modo de caminar incrementa el ritmo cardíaco y es como si le faltase un poco el aire.
El simple paseo producirá, sin ningún tipo de duda, aportes para mejorar la salud, pero inferiores a los que se consiguen caminando ligero.