La luz del norte

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

ANA GARCÍA

28 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquella, esta luz líquida del norte más al norte, es de cristal, tan transparente que cuando sale el sol del mediodía se hace añicos rompiéndose en mil pedazos que se clavan en los bordes inquisidores de las miradas. Aquella, esta luz transgresora que juega a colarse con su color invisible, se añade a los siete que forman el arcoíris después de la lluvia.

Desde este lugar del norte donde se pone la rebeca del atardecer el largo y cálido verano, va y viene iluminando tenue el día y escondiéndose juguetona huyendo como un bandido desde el mismo vértice de las alboradas hasta cabalgar los ocasos infinitos.

Yo disfruto la mañana dejándola entrar por las esquinas de mis ojos cansados, la gozo cuando se aposenta en mi cara como una caricia adolescente, la echo de menos cuando en la lejanía se transmuta en ausencias.

Y cuando tras el alba, nada más debutar en esta parte del mundo, la luz que sale de la mar se viste de borraxeiro, con el chubasco perezoso e indolente de esa fina lluvia que parece no mojarte y que es salvífica como un saludo de un amigo al que no veías desde hace tanto tiempo.

La luz del norte, la misma que ahora dibuja mi paisaje, es el faro que guio el camino de los emigrantes y la que los esperó jubilosa en su viaje de vuelta. La misma que me sorprendió fugazmente una madrugada en Istria, y otro día en un escaparate antiguo en Positano, la luz primera del golfo de Nápoles que hace estación de estío en mi adorado Capri.

Me saludó haciendo volatines como un titiritero nómada por junio en Porto Carrás, al norte de Salónica. Era la misma luz intangible y quebradiza que habita mi pueblo en el norte más al norte, donde el viento es sinfónico, un aria perdida de una opera que todavía no está escrita.

Salió a mi encuentro cuando julio se doblaba en dos mitades, la esperé hasta que en la medianoche realizó un quiebro en el aire que puso azules de ardora en el borde de la mar.

Era ella, la de mi infancia y juventud, la luz que alumbra intensidades en mi senectud más joven. La reconocí de inmediato, escondida entre el resol creciente y la raiola que agrandaba la aguja del reloj de sol en el dintel de la casa grande de la plaza. Era ella siempre aguardando al caminante, acompañando las miradas perdidas de los viajeros, guiando la mano del marinero que gobierna el timón.

Vino hacia mí como todos los veranos, como siempre. La luz del norte, mi camarada que allí adonde yo vaya, ella va conmigo prendida en mi mirada. Luz de luces tan al norte.