
Según el Observatorio de la Complejidad Económica (OCE), en el 2023 EE.UU. fue el primer país en el ránking mundial por su PIB (el Banco Mundial lo coloca en el séptimo lugar), el segundo por volumen de exportaciones internacionales después de China con un total de casi dos trillones de dólares y el primero en importaciones con casi tres trillones. Estas cifras dan como resultado un desfase entre las ventas y las compras de un trillón, lo que sitúa a Norteamérica a la cabeza del déficit mundial seguido a gran distancia por la India, con casi 250.000 millones. Según el OCE, en el 2025 las exportaciones de este país decrecieron frente a un aumento de las importaciones, lo que ha supuesto, tal y como indica un informe de junio de este año de la Agencia de Censos y la Agencia de Análisis Económico norteamericanas, un déficit mensual de 60.200 millones de dólares, una mejora frente a los 71.100 millones de mayo.
Es precisamente este desajuste entre lo que EE.UU. vende y lo que compra el eje sobre el que pivota la errática y poco consistente campaña de Donald Trump de elevar los aranceles a los productos que vienen del exterior para frenar lo que considera uno de los mayores problemas de la economía de su país. Sin embargo, la subida de los aranceles no repercute únicamente en los productores extranjeros, sino que afecta, y de manera muy grave, a los consumidores, sobre todo a los estadounidenses, ya que incrementa los precios y, por consiguiente, reduce su poder adquisitivo. Más aún: los cambios de porcentajes en los aranceles y el regateo al que ha obligado a todos los países, más propio de un trilero inconsistente que de un jefe de Estado, ha perjudicado a todas las empresas por obstaculizar la elaboración de planes estables de producción, además de generar grandes turbulencias en los mercados bursátiles.
Considerado el primer consumidor mundial según el Banco Mundial, con un 26,1 % del mercado internacional, Trump juega a crear desasosiego para obligar a todos los países a pasar por caja. Pero la pregunta es: ¿sería posible redistribuir ese cuarto del consumo mundial entre el resto de los países minimizando la relevancia norteamericana? Obviamente, no a corto plazo, pero la posibilidad de reducir la relevancia comercial de este país, al menos durante los próximos 3 años de mandato presumible de Trump, podría ser una importante baza a jugar en el órdago que está lanzando al mundo. Un poco de su propia medicina no le vendría nada mal.