Cada catástrofe o emergencia está rodeada de desinformación, de bulos. Lo vimos con la dana o el apagón. Lo vemos con los incendios. Mucha gente cree que puede estar informada solo usando redes sociales o privadas, siguiendo a telepredicadores en YouTube o TikTok, o enganchándose en Instagram a un carrusel de contenidos decididos por un algoritmo. Y así nos va.
Por regla general, en esas plataformas solo vemos lo que nos gusta, lo que encaja con nuestra forma de ver el mundo. Eso facilita que nos cuenten trolas como casas.
En Santiago fue detenido un menor por intentar provocar varios fuegos. Sin que nadie supiera nada sobre su identidad, en cuentas de ultraderecha dijeron que era un inmigrante. Y era español.
Otra información falsa superponía el mapa de las zonas afectadas por el fuego con otro de proyectos mineros. Sus autores sugerían, de forma temeraria, que había una relación causal. Cuestionados, respondieron de forma impertinente y osada: «¿Puedes demostrar que es falso?». Salieron trasquilados. Les llegó una avalancha de mapas tan casuales como el suyo. Uno dibujaba cuál es la cerveza preferida por comunidades. ¿Qué marca beben más en Galicia, Extremadura y Castilla y León? Aten cabos. Fabulen. Conspiren. Y que luego sean otros los que les desmientan.