La deriva de Europa, en dos instantes

Tomás García Morán CARTAS ATLÁNTICAS

OPINIÓN

@WhiteHouse | EFE

23 ago 2025 . Actualizado a las 08:23 h.

Pocas trayectorias políticas han dejado tantas imágenes icónicas como los catorce años de Angela Merkel al frente del Gobierno alemán. Pero ninguna alcanza la relevancia histórica de la que Jesco Denzel, fotógrafo oficial de la canciller, tomó durante la cumbre del G7 del 2018 celebrada en Quebec. En ella, Merkel se inclina sobre la mesa con la serenidad desafiante de una profesora veterana, respaldada por Shinzo Abe, Theresa May y Emmanuel Macron —estos dos últimos apenas visibles—, frente a un Donald Trump con el gesto enfurruñado, en huelga de no respirar.

Aquella cumbre cristalizó una fricción larvada durante meses. Poco antes, Trump había impuesto los primeros aranceles al acero y al aluminio sobre Canadá, la UE y México. Se había retirado del Acuerdo de París sobre clima y, durante las reuniones, propuso reincorporar a Rusia al club, lo que suscitó un rechazo inmediato. La atmósfera era de ruptura y el desenlace lo confirmó: Trump se negó a respaldar la declaración final y la cumbre pasó a la historia como el «G6+1». Fue un punto de inflexión, la primera ocasión en que la fractura trasatlántica se hizo visible y pública. Y, sin embargo, frente al unilateralismo de Trump, europeos, canadienses y japoneses cerraron filas: defendieron el libre comercio, mantuvieron el compromiso con el clima y respaldaron la modernización de la OMC. El mensaje era claro: no se arrodillaban ante un presidente imprevisible.

No fue casualidad que la fotografía fuera difundida por el propio Gobierno alemán. Merkel tenía el prestigio intacto: era la canciller que había contenido el colapso del euro, sobrevivido al brexit y levantado un muro ético frente al avance global de la ultraderecha. Sus errores —la dependencia energética de Rusia, los escándalos de corrupción asociados al gas— aún no formaban parte del juicio histórico.

Siete años después, la tortilla se ha dado la vuelta y la sartén por el mango la tiene Trump. Esta semana, es la Casa Blanca quien ha difundido otra foto histórica. La deriva de Europa, reflejada en dos instantes. Nada resulta casual en esta nueva coreografía de la sumisión: parapetado detrás de su escritorio en el despacho oval, el anfitrión no necesita mostrarse en el encuadre para imponer su sombra. Frente a él, los líderes europeos son retratados como un grupito de alumnos llamados al despacho para ser abroncados: encogidos en sus sillas, sin atreverse a interrumpir, escuchan la reprimenda en silencio. Cada gesto, cada distancia, cada encuadre parece cumplir una función. Meloni figura con la mirada extraviada y un rictus entre el fastidio y la incredulidad: cómo hemos llegado a esto, parece decir. Von der Leyen y Merz dan la impresión de haber caído del caballo, súbitamente conscientes del lugar que Alemania, y por tanto Europa, ocupan en este nuevo tablero mundial, a merced de los caprichos de Putin y Trump.

El siempre altivo Macron transmite más tristeza que enfado, calculando tal vez las consecuencias de una foto que ya intuye histórica. Stubb, presidente de Finlandia, antiguo golfista profesional que le ha entrado por el ojo a Trump, asume impasible su papel de fontanero y toma notas. Zelenski domina el inglés, pero no debe confiar en sus compañeros de viaje: es el único que lleva intérprete porque sabe lo que se juega. Mark Rutte, aparece absorto, quizás dándole vueltas a una verdad incómoda: todos sus desvelos por adular a Trump no han servido para nada. ¿Y dónde está el Reino Unido? Keir Starmer, sentado junto a Meloni, no aparece en el encuadre. No debe de ser casualidad: quizá el fotógrafo de la Casa Blanca, por aquello de la relación especial, recibió instrucciones para que no quedara retratado en la imagen de la humillación. Hay quien echa de menos a Sánchez. Pero, visto lo visto, mejor para todos que se quedara en Lanzarote.