Es sorprendente lo que puede hacer la distancia. Hombres echándose las manos a la cabeza por el caso de Mia moglie, el grupo de Facebook con 30.000 señores que compartían fotos íntimas de sus esposas sin consentimiento. O de la web en la que se hacían comentarios machistas, soeces, vulgares y que incitaban a la violencia sexual contra mujeres, incluyendo a políticas, deportistas y periodistas. Allá, lejos, en Italia o en Francia, leyéndolo en las páginas de un periódico, es repugnante. Aquí, justo al lado, cuando el compañero de oficina entra lanzado gritos machistas y homófobos, cuando un día detrás de otro hace comentarios sexuales sobre mujeres, son bromas. O que es así, o que no es para tanto. O se juntan varios a reírle los comentarios. Aquí, al lado, quizá en el teléfono del hombre que ahora mismo toma café a su lado, hay docenas de grupos de WhatsApp de esos que llaman «de tetas», donde hordas de señores se dedican a compartir contenido sexual y donde no pocas veces se jalean comentarios que deshumanizan, cosifican e incitan a la violencia contra las mujeres. Pero como es el cuñado, el hermano, el amigo, el hijo, el compañero de trabajo, no es para tanto. O da un poco de grima, pero miramos hacia otro lado. No. No es una excepción. Ni un escándalo. Es la hipocresía de una sociedad que convive con Mia moglie a diario.