
Israel no debería participar en las diferentes competiciones internacionales que a día de hoy existen en el mundo. Lo mismo que se ha aplicado a Rusia por su invasión a sangre y fuego de Ucrania, debería suceder con los israelíes por la aniquilación que están perpetrando en Gaza. Lo que vale para un caso debería valer para el otro, sin ningún género de dudas.
Esta situación se ha puesto de manifiesto a raíz de las protestas que se están produciendo casi en cada etapa de la Vuelta Ciclista a España, donde participa el equipo Israel Premier-Tech, propiedad de Sylvan Adams, un canadiense muy vinculado a Benjamín Netanyahu y que de alguna forma utiliza el ciclismo y su equipo para blanquear la imagen del Estado judío. La protesta más fuerte se realizó en Bilbao, donde no resultó muy edificante la actitud en línea de meta de los propalestinos, que llegaron incluso a poner en peligro la integridad de los deportistas. Posteriormente, hubo manifestaciones de menor intensidad en Asturias y se recrudecieron de nuevo con la llegada de la Vuelta a Galicia, con varios detenidos en la meta de Monforte y un buen escándalo en la etapa en Mos.
El nivel de las protestas parece que va de la mano de la existencia de grupos nacionalistas de izquierdas, quienes desde siempre han hecho bandera de la denuncia de la opresión de Israel sobre el pueblo palestino. Pero por mucho que estos capitalicen e instrumentalicen la causa, los hechos son los hechos y las razones humanitarias para oponerse a la presencia de los israelíes son más que contundentes. Cierto que podemos cuestionar los métodos. Igual era mejor encontrarse una línea de meta vacía de público como respuesta a la presencia del polémico equipo, que no recurrir a la violencia y a cortar árboles como estrategia para hacerse oír. Pero con ser importante el método, el tema de fondo no es este, sino la presencia del Israel Premier-Tech en una competición en un país democrático que cumple los acuerdos internacionales y que tiene a gala ser solidario con aquellos países que padecen la tiranía de otros más fuertes.
Es cierto que esta última crisis entre palestinos y judíos la empezó Hamás con una matanza y el rapto de centenares de israelíes y que el Estado hebreo tiene todo el derecho del mundo a defenderse. Pero que los niños de Palestina tengan el mismo origen que los terroristas de Hamás y que ambos compartan el territorio no da carta blanca para matarlos con disparos, bombas y, en el colmo de la crueldad, acabar con ellos usando el hambre como arma de guerra.
Decía Josep Borrell en una entrevista en La Sexta el pasado fin de semana que se avergonzaba de «líderes de gobiernos democráticos europeos e instituciones que miran para otro lado y siguen demostrando una absoluta falta de empatía hacia el pueblo de Palestina».
Reconozcamos que los terroristas de Hamás deberían ser sometidos, pero no olvidemos que Netanyahu tendría que estar en la cárcel e Israel reducido a la figura de un paria internacional mientras no pare la masacre.