La crisis identitaria en Israel
OPINIÓN

Asistimos con espanto al horror diario en la Franja de Gaza, en una guerra en la que la defensa del principio fundamental de distinguir entre combatientes y civiles se presenta por algunos como connivencia con Hamás, o incluso como justificación de los salvajes atentados del 2023. Tras las operaciones más recientes del ejército israelí es difícil vislumbrar un objetivo más allá de la simple imposición de un castigo colectivo sobre la población palestina. Esto no hace sino intensificar el debate sobre la naturaleza misma de la toma de decisiones en un Estado cada vez más aislado en la esfera internacional y crecientemente cuestionado por muchos de sus aliados históricos.
Para entender esta renuncia a finalizar la guerra cabe acudir a la crisis de identidad que el Estado de Israel viene experimentando en los últimos años. Desde sus orígenes, el proyecto israelí estuvo atravesado por la tensión entre un alma secular, mayoritaria y hegemónica, y un alma confesional, minoritaria pero en expansión. Dentro de la familia secular, la hegemonía del sionismo clásico de los primeros líderes laboristas fue progresivamente desplazada por la del sionismo revisionista inspirado en la doctrina de Vladímir Jabotinsky, que abogaba por un nacionalismo más fuerte centrado en la noción de la amenaza existencial que sufría Israel.
La consolidación de este paradigma ideológico como eje de la identidad nacional constituye, probablemente, la principal obra política de Benjamin Netanyahu. La prueba más visible de ello es la situación del laborismo político, antaño mayoritario y hoy reducido a la irrelevancia. Sin embargo, la crisis actual no puede entenderse solo como continuidad en esta senda revisionista. También es resultado del auge del componente confesional, desde los judíos ortodoxos —reticentes a vincularse con el Estado— hasta el sionismo radical, el kahanismo, que aboga por una expansión territorial motivada por razones mesiánicas.
En este contexto, Netanyahu ha optado por valerse del nuevo equilibrio de fuerzas para blindar su frágil posición política, acosado por casos de corrupción y escándalos. Su estilo combina pragmatismo y oportunismo: hasta ahora había sido capaz de moverse con soltura en la escena internacional y, al mismo tiempo, de apoyarse en sectores extremistas dentro de su propio país. La centralidad en el debate político de la seguridad tras la masacre del 2023 le permite justificar el afianzamiento de su coalición con el kahanismo, con el objetivo de volver a formar un gobierno tras las elecciones previstas para el 2026.
Netanyahu es, sin duda, una de las figuras más relevantes en el proceso de conformación histórica de la identidad israelí. Pero, a diferencia de otros líderes como Ben-Gurión o Beguín, cuyo actuar respondía a una cierta coherencia ideológica, su errático liderazgo conduce a Israel hacia un callejón sin salida. Su política de coaliciones genera un híbrido identitario que cuestiona la propia viabilidad del país, al empujarlo a un conflicto permanente, tanto en el plano interno como en el externo.