
Nacido en A Coruña (15 de julio de 1947) en el seno de una familia humilde, José María Castellano nunca olvidó sus orígenes. Le gustaba el barrio de Monte Alto (calle de Adelaida Muro) y la Ciudad Vieja, zonas que conocía a la perfección porque jugando y haciendo el trayecto hacia el colegio recorrió en su infancia cada uno de sus rincones. Tenía viviendas en algunas grandes ciudades del mundo, pero uno de sus domicilios preferidos fue el de la plaza de Azcárraga. Acogedor, imponente y rehabilitado con gusto y con espacio suficiente para alojar a sus hijos y sus familias, por los que sentía verdadera debilidad. En esta manera de interpretar la vida mucho tuvo que ver Tere, su esposa y compañera de vida.
¿Caste o Castellano? Caste. Su figura alta, delgada, en cierta medida encorvada inspiraba respeto, pero en cuanto comenzaba a explicarse uno sabía que estaba ante una persona con aplomo, con la dignidad del bien informado, del conocedor de su entorno, del que sabía lo que decía. La presentación de los resultados de Inditex se hacía fácil con él. La cuenta de explotación era pan comido cuando la explicaba. Lograba que el ebitda y el ebit fueran comprensibles para cualquier principiante en materia económica.
Fue mano derecha de Amancio Ortega durante muchos años, y su trabajo juntos les llevó a ser considerados como un tándem perfecto en Inditex. Siempre reconoció el trabajo del que había sido su jefe y siempre llevó esta empresa en la cabeza, incluso en el 50 aniversario de Zara. Al ser preguntado por la evolución del resultado que había alcanzado la compañía en sus primeros años de historia y si en algún momento había sufrido un traspié, fue tajante: «La compañía siempre creció con la apertura de nuevas tiendas». Estuvo orgulloso del modelo just in time implantado en el proceso de producción de Arteixo, de haber ido a Oporto, a París, donde se abrieron las primeras tiendas fuera de España, de lanzar a la empresa a Bolsa y de ayudar a consolidar las bases de la que se ha convertido en la primera multinacional del mundo de distribución del sector de la moda.
Castellano ayudaba a quien se lo pedía. Comprobé personalmente cómo daba el teléfono del mejor cardiólogo que había en Estados Unidos y certifico que medió con algún banco para intentar solucionar un grave problema financiero de un buen amigo. No tenía por qué hacerlo, pero lo hizo.
Él, cardiópata de corazón grande, miraba a la enfermedad de frente, sin miedo pero buscando todas las herramientas médicas para dar la batalla. Llamaba al cáncer por su nombre, sin tapujos y eliminando cualquier tipo de elemento que inspirase miedo. Él siempre, siempre, decía que se encontraba bien, y entre tratamiento y tratamiento se dedicaba a trabajar.
Tuvo que lidiar con la fusión de las cajas gallegas (una batalla con armamento político) convencido de que Galicia tenía que lograr tener una entidad sólida, con domicilio y sede social en el territorio como elemento de éxito para el resto de los empresarios. Tenía una visión estratégica como pocos: «Si Iberia se vende a la British, también se vende la T4». Así ocurrió, la aerolínea cambió de manos y los nuevos dueños se hicieron en la práctica de manera gratuita con una inversión estratégica realizada a través de los Presupuestos Generales del Estado.
Castellano libró importantes batallas empresariales, pero lo que a él le gustaba muchísimo era el mundo académico, dar clases. «¿Dónde estudiaste?», le preguntaron el pasado 27 de abril. «En la academia del caldo, en el Colegio Vázquez y en la Academia Galicia», dijo con mucho ánimo y ciertas dosis de retranca. Sus amigos reconocían que tenía cierta dosis de guasa al contar chistes malos, que aunque le encantaban, los destrozaba.
Caste le dedicó muchas horas a los libros, se formó y en 1984 logró su título de doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense, con la calificación de sobresaliente. «La consolidación de los estados financieros» fue el título de su tesis doctoral. Lo recuerdan sus alumnos en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de A Coruña, donde también daba clase su amigo José Ramón Docal. Tuvo alumnos brillantes en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, donde era catedrático. Nadie (o pocos) le podían hacer sombra. En su currículo figuran las 21 matrículas de honor, su beca de la Fundación Pedro Barrié de la Maza o el premio al mejor catedrático de Galicia durante los años 2001, 2002 y 2003. Sin embargo, lo que no aparece en su currículo es que hay alumnos que lo recuerdan porque les echó una mano en sus puestos de trabajo o en la búsqueda de ese primer empleo.
Casado, padre de dos hijos y con varios nietos, José María Castellano lanzó en Galicia la fundación Ayuda al Daño Cerebral Adquirido Infantil (Adcai), donde profesionales de larga experiencia y reconocido prestigio extienden la mano para dar, precisamente, ayuda.